Antes una revolución era como un movimiento tectónico: las tensiones se iban acumulando hasta que se daban las condiciones objetivas para la ruptura. Las subjetivas requerían un buen libreto ideológico, una vanguardia organizada, la estrecha conexión con las masas, una estrategia y una táctica. El proceso llevaba años, a veces décadas, hasta que las masas tomaban conciencia. Hoy una revolución se monta en cuatro días y con tres cosas: una causa, las redes y una plaza. Puede prender o no, pero eso pasaba también antes. En cuanto a la causa no hace falta que sea tremenda, ni aspire a un cambio de la situación, ni mucho menos del sistema, basta que enganche con un público aquí y ahora. Desde que las revoluciones no tienen libreto, ni tampoco soplan los vientos de la historia (que antes servían para saber al menos la dirección del aire), uno no sabe siquiera si está a favor o en contra.