­­­La verdad es que el edificio de aquel hotel que proyectaban construir en el Bósforo, cerca del palacio imperial de Dolmabahçe, hubiera sido un desastre para Estambul. Se lo conté a los lectores de La Opinión de Málaga en un artículo publicado el 10 de diciembre de 2011. Lo titulé «Una monstruosidad con vistas». Reproduzco este párrafo:

«Esa noche recibí una mala noticia. La que justifica el título de este pequeño trabajo. No muy lejos de alli, en las orillas del Bósforo y al lado del palacio de Dolmabahçe habían demolido el edificio de los antiguos almacenes de tabacos de Besiktas, declarado patrimonio cultural hacía solo seis años. En su lugar habían empezado las excavaciones para levantar un monstruoso hotel de 14 pisos. El profesor de historia del arte Semavi Eyice se lamentaba amargamente por este atentado al patrimonio de la ciudad y a la fisonomía del Bósforo. Se habían burlado de la ley que prohibía levantar grandes alturas en el entorno del antiguo palacio imperial. La brutalidad de la excavación ya había producido daños en las estructuras de los pabellones del Dolmabahçe.»

Unos buenos amigos del Consejo de Europa y algunos más que heroicos ciudadanos que conocí en Estambul me enviaban noticias de vez en cuando sobre la campaña contra aquel sacrilegio. Aquello tenía mala pinta. Era obvio que la conservación del patrimonio histórico de la ciudad no era una de las prioridades de las autoridades turcas. Hasta que un día nos enteramos que de vez en cuando los milagros son posibles. Suena increíble en estos tiempos, pero la codicia y la barbarie habían sido derrotadas.

Shangri-La Hotels and Resorts, la empresa promotora del futuro edificio de las 14 plantas, había anunciado en su cuartel general de Hong Kong que el proyecto sería modificado en su totalidad. La noticia cayó como una bomba entre las autoridades de Estambul. No les gustó. Los responsables del grupo hotelero tuvieron que amenazarles con la cancelación fulminante del proyecto, si el nuevo concepto del futuro hotel no fuese aceptado. Era obvio que en Shangri-La, una de las cadenas hoteleras más prestigiosas del planeta, alguien se había dado cuenta que para la imagen de la empresa podría ser un desastre el ser vistos como cómplices de un atentado cultural de ese calibre. Todo terminó bien. El hotel finalmente ha abierto sus puertas. Fue inaugurado con todos los honores por el primer ministro turco , Recep Erdogan. Por supuesto, en su nueva versión. El volumen del edificio se redujo a la mitad: seis plantas. Y la fachada del nuevo hotel, ahora respetuosa con el entorno, recordaba la arquitectura de los antiguos almacenes de tabacos de Besiktas. Fue un final feliz.

Pronto habrá pasado un mes desde las primeras protestas ciudadanas por la tala que se anuncia de los sicomoros del parque Gezi. En los viejos tiempos, los otomanos decían que los sultanes eran la sombra de Dios. ¿Erdogan también? Los promotores del centro comercial que quizás un día barra de la faz de la tierra el parque Gezi y aquellos hermosos árboles, emparentados con las moreras y las higueras bíblicas, guardan por el momento un prudente silencio. Mientras, por Estambul corren rumores. Dicen que la policía había reforzado la composición de los gases lacrimógenos con sustancias que podrían ser peligrosas para la salud de los manifestantes. También dicen que miembros de las fuerzas especiales están deteniendo a los que más se han destacado liderando las protestas callejeras. Las escenas de las cargas de la policía turca en el telediario de esos días me recordaron un relato de Gautier de 1853. Describía un incendio en la ciudad antigua de Estambul: «La calle estaba llena de negritas que llevaban colchones enrollados, mozos de cuerda, hombres que deseaban salvar las boquillas de sus pipas, de mujeres asustadas que arrastraban con una mano a un niño y en la otra un paquete de trapos...» Las autoridades han desalojado y limpiado el Gezi y la poco agraciada y vecina plaza Taksim. Incluso están plantando árboles y flores. Ya veremos...