Urdangarín asoló la actualidad nacional española acompañando el estruendo de la crisis económica con ribetes de abusos reales. El Rey no quiso ser menos y se colocó él solito en primera plana con una cadera rota, nadie sabe cómo; unos elefantes inofensivos abatidos por puro placer y una sospechosa e intrigante princesa de cuento de hadas alemán. Sonaban ya los primeros millones de billetes de mamandurria, con destino a los bolsillos de determinados políticos, que empezaron por escandalizar pero que poco a poco se fueron convirtiendo en la rutina de los telediarios en los que un individuo bien maqueado entra y sale de su casa, acude a los restaurantes de alta gastronomía, se va a esquiar a la quinta puñeta, nos deleita con un grosero saludo de regreso y nos aburre con la cíclica exhibición de sus cuadernos de entregas. Un tal Blesa entra de pronto en la escena, quiero decir en la cárcel, pero por donde entra sale. Una y otra vez.

La actualidad, mientras tanto, sigue escoltando a la crisis, ayudándola a atravesar la mala racha. La debacle económica y financiera transforma las informaciones de primer nivel en noticias de quinta categoría. Bankia y sus bankeros pasan ya desapercibidos. Los grandes de la política miran para otro lado. Las únicas personas que se desgañitan son quienes fueron engañadas vilmente por unos desaprensivos que llamaron preferentes a lo que era un simple papel mojado. Unas centenares de miles de personas que, al final de sus vidas, han quedado arruinadas en tanto los culpables de semejante crimen social se vanaglorian de «llevárselo crudo». Unos, percibiendo bonos millonarios, indemnizaciones obscenas y sueldos de escándalo. Los otros, justamente lo contrario: desahucios, estafas bancarias.

De esta manera es como la crisis avanza hacia el precipicio, soportada, hasta donde se pueda, por la política destructiva de Merkel. Los pensionistas, amenazados y humillados; los trabajadores, sin trabajo; los jóvenes, marchándose al extranjero porque aquí ni siquiera les permiten estudiar. Y de esta manera es cómo nos hurtan el estado del bienestar que un día disfrutamos y, que al parecer, ya no merecemos porque fuimos unos irresponsables y unos despilfarradores.

¿Recurrimos al espectáculo como bálsamo y alivio contra el dolor de la crisis? Pan y fútbol se va quedando en fútbol porque el pan se acaba. Menos mal que no así los goles.

Cuando, con la perspectiva del tiempo, echemos una ojeada a la prensa de estos años, veremos con asombro cómo en la película de nuestras vidas había dos tipos de protagonistas que llenaban las primeras planas: los villanos y los héroes. Los que parecían villanos continuaron ganando siempre. En cuanto a los héroes siguieron también llamándose «La Roja».

Si llegaba otra crisis, o rebrotaba la misma, de nuevo aparecía la ola de acompañamiento en forma de escándalos financieros. La cuestión era, como al final descubriremos, que necesitamos en los telediarios al Rey, a Urdangarín, a la infanta, a Bárcenas, a Blesa, a Correa, a la pléyade de políticos tragaldabas, para que escolten a la crisis en su entrada terrorífica en nuestra ya podrida atmósfera.

Y lo peor es que, si no vemos la crisis, no hay otro sitio donde mirar. La alternativa aún es más aterradora. Nos encontramos con la mirada gélida de Bretón.

*Rafael de Loma es periodista y escritor

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