Se acuerdan ustedes de Argos, aquel personaje de la mitología griega, apodado también Panoptos porque todo lo veía? Un rey que tenía cien ojos, de los que mantenía siempre abiertos la mitad.

He pensado en Argos ante la noticia sobre la capacidad del espionaje norteamericano, gracias a la tecnología electrónica, a internet, a las redes sociales y al sofisticado programa desarrollado por la Agencia Nacional de Seguridad de aquel país, de controlar prácticamente, si así lo desean, lo que hacemos los ciudadanos de todo el mundo.

Noticia que ha coincidido casi en el tiempo con la presentación por Sergey Brin, el experto y empresario co-creador de Google, junto a Larry Page, de su nuevo invento, el llamado «Google Glass», ese ojo mágico instalado en unas gafas que promete lo que aquél califica de «realidad aumentada».

La presentación, que puede verse en internet, fue espectacular, con una audiencia de jóvenes locos de la tecnología que aplaudían a rabiar a su héroe Brin y a sus colaboradores, que a bordo de un avión mostraban en tiempo real la ciudad que tenían debajo antes de lanzarse en paracaídas sobre un tejados y filmarlo todo en su caída.

El ojo de Google, equipado con una cámara de vídeo, un microordenador, un micrófono y algún otro chisme electrónico permitirá entre muchas otras cosas, anuncian ufanos sus creadores, «compartir» en tiempo real gracias a Wifi y a través de las redes sociales todo lo que uno tenga delante, jugar a cualquier juego con un amigo donde quiera que éste se encuentre y, si uno por ejemplo está en un supermercado, ver «vídeos publicitarios» de los productos frente a los que vaya pasando.

Todos sus movimientos, sus querencias y aficiones las compartirá así con sus amigos. Por supuesto también con Google, con todo tipo de empresas publicitarias y -¿cómo no?- al menos potencialmente también con el programa «Prisma» de la Agencia de Seguridad de Estados Unidos, de cuya existencia hemos sabido gracias a la decisión de uno de sus colaboradores de denunciar los supuestos abusos.

Google sabe ya tanto sobre las aficiones, los vicios, las filias y las fobias e incluso el estado de salud de los ciudadanos de todo el globo que comienza a preocupar incluso a las compañías de seguros, que ven en la multinacional un posible rival futuro.

Según Henri de Castries, que está al frente de la francesa Axa, una de las más potentes del sector, al no estar regulada como las aseguradoras, Google podría llegar a ofrecer con ventaja servicios financieros.

Es decir que esa capacidad tecnológica que tanto entusiasma a algunos puede servir perfectamente a un doble objetivo: al control de nuestros actos y previsión de futuras acciones por unos poderes cada vez menos transparentes y a que las empresas conozcan nuestros hábitos de consumo y perfilen sus estrategias para tenernos aún más atrapados en sus redes.

Y los ciudadanos se lo ponemos en bandeja a unos y otros, utilizando el dinero de plástico para todo tipo de compras -desde un billete de avión hasta un periódico o un paquete de cigarrillos-, compartiendo las cosas más triviales, pero también más íntimas a través de las redes sociales y dejando siempre rastro de lo que hacemos en cada momento. Y luego nos quejaremos.