El franquismo creyó que el fútbol podía ejercer de placebo en situaciones tan dramáticas como la propia Guerra Civil, y la incivil represión, y lo aprovechó cuanto pudo. La República también consideró, durante el conflicto bélico, que el fútbol podía ser bálsamo para la población. La democracia rompió con el efecto propagandístico, pero no lo dejó de lado. Es más, la teoría de la izquierda de que este deporte era el opio del pueblo quedó arrumbada. El mismísimo Santiago Carrillo proclamó la doble militancia cuando se manifestó seguidor del Sporting de Gijón e incluso hizo una gestión en Yugoslavia para que el club pudiera fichar un jugador de aquél país que aún era uno.

La España actual cuenta con mayores dosis de placebo con la notable diferencia de que, ahora, los españoles no se congracian solamente con el fútbol, sus equipos y las selecciones nacionales, sino que también cuenta para efectos balsámicos con otras especialidades. Al ciudadano, que le amargan la existencia con las hipotecas con suelo, las subidas de los precios, la bajada de los salarios y el aumento del paro, que toca ya en familias enteras y en el menos malo de los casos a amigos y vecinos, le animan la existencia con los éxitos de los deportistas españoles.

Al individuo, que padece directa o indirectamente la peor crisis de la historia, le llegan mensajes eufóricos con los goles, las canastas, los triunfos ciclistas, los constantes éxitos en el tenis, motociclismo y automovilismo. España ha cambiado su tradicional monocultivo balompédico por la amplia gamas de los podios en diversas disciplinas.

Rafael Nadal y David Ferrer, Fernando Alonso, los hermanos Gasol, Alberto Contador, Lorenzo, Pedrosa, Márquez, Terol, Simón y el largo etcétera de las carreras de motos, los golfistas Sergio García, Fernández Castaño, Miguel Ángel Jiménez y otro largo etcétera, que han recuperado la imagen de Severiano Ballesteros, las nadadoras de la especialidad sincronizada, la doble medallista olímpica Mireia Belmonte, el piragüista David Cal y los demás competidores con podio en Juegos Olímpicos, han aportado a este país una imagen que sí se hombrea con la llamada marca España.

Algunos políticos han tenido la humorada de anunciar brotes verdes en la economía. Habrían acertado de referirse a la conquista del Europeo Sub´21, las posibilidades de la Sub´20 en el Mundial de Turquía, y, sobre todo, a los afanes de la «Roja» en la Copa Confederaciones.

Estamos en la placidez del fútbol. Ya venimos de Roland Garros y nos dirigimos a Wimbledon. Y empalmaremos con el Tour donde seguiremos rompiendo la costumbre de la siesta si los pronósticos se cumplen y Contador, Valverde y Purito se asoman a los primeros lugares. Antaño nos dábamos por satisfechos con escalar los primeros el Tourmalet o el Aubisque. Ahora, en esto tampoco hay Pirineos.

Con el deporte como alivio, seguiremos aguardando a nuestro Godott. Contrariamente a lo que se ha afirmado durante años, no es cierto que a Samuel Becket se le ocurriera el título de su obra al pie de una carretera en la que los franceses esperaban el paso del Tour y, entre los ciclistas, a Godott. Nunca disputó esta prueba un corredor con este apellido.