En esta sociedad del siglo XXI hemos llegado a un punto en que se estereotipa cualquier conducta hasta el extremo. Si los andaluces somos vagos, los catalanes tacaños y los madrileños chulos... Quienes se sienten patriotas, pese a todo, son considerados fachas porque sí. Cierto es que no vivimos momentos para sentirse orgullosos del país que nos vio nacer, hazañas deportivas al margen, pero no son pocos quienes consideran un honor ser español y hasta enarbolan la rojigualda, casi teniendo que pedir perdón por ello en su misma nación, salvo cuando juega España... Algo parecido ocurre en otros ámbitos, que aunque poco tienen que ver parecen estar íntimamente relacionados. Y me explico. Llámenme fascista, pero no entiendo que se tenga que cambiar el nombre del hospital Carlos Haya y de su avenida a estas alturas. Es más, estoy en contra. Fíjense de quien parte esta exigencia: de las filas absolutamente democráticas de IU. Ideologías aparte, ¿creen que rebautizando -y perdón por no utilizar otro término más laico- el hospital se va a acabar con los problemas de la sanidad? ¿Ya no habrá recortes? ¿Se suprimirán las listas de espera, las urgencias no estarán colapsadas, se cubrirán todas las vacaciones, no habrá plantas clausuradas en verano por falta de personal? Si fuera así... ¿De verdad nuestra clase política no tiene mejores cosas de las que ocuparse? Esta insistencia por eliminar la nomenclatura sólo va a generar más gastos y ha tenido como contrapartida que la mayoría de malagueños que no tenían ni la más pajolera idea de quien fue Carlos Haya, que pensaban que pudo ser un médico de prestigio suficiente para dotar con su nombre a uno de los más importantes centros sanitarios de Andalucía, ya sepan de quién se trata. Además de ser un debate estéril, puesto que en el imaginario colectivo Carlos Haya siempre será Carlos Haya. Y cogeremos un taxi dentro de 30 años para que nos lleve a Carlos Haya y sabrá llevarnos a Carlos Haya... Llámenme fascista si lo creen, pero no se es más demócrata estando precisamente en contra de la voluntad de la mayoría y de la costumbre en favor de una falsa progresía que poco aporta a estas alturas. Que las dictaduras pueden ser también de izquierdas. Y todo esto no es más que un capítulo más a añadir al desencanto que los ciudadanos, fritos a impuestos, sin llegar a fin de mes y sin posibilidad de ejercer su derecho al trabajo, sienten por unos políticos que dedican su tiempo a cambiar letreros, sábanas e impresos.