En el Cantábrico el baño de mar nunca ha tenido como finalidad refrescarse (no hay motivo para ello), sino la de nadar o moverse entre las olas. Pero este año los ríos de corto recorrido de la cornisa acarrean un deshielo tardío, que refrigera el agua, y el sol no acaba de calentar la tierra, lo que hace del baño una práctica todavía menos clemente. Ahora bien, una vez cruzada la inhóspita frontera, el baño opera una transustanciación de las células, y abre la percepción a otras sensaciones, como en la sauna pero al revés. Aunque sean modos algo rudos de colocarse, cualquier castigo del cuerpo hace brotar formas inesperadas de entusiasmo e iluminación. El confort corporal nunca ha sido saludable para la mística. Desde aquí se anima a emprender estos viajes sacramentales, que sólo requieren de parte del bañista un poco de unción, como ante cualquier experimentación paranormal.