Hace unos meses, volví a ver la película Esencia de mujer. En ella, hay una escena inolvidable en que un ciego (interpretado por Al Pacino) invitaba a una chica a bailar. Ella respondía sorprendida: «No puedo, pues mi novio llegará en pocos minutos». A lo que el ciego le contestaba: «En un minuto, se vive una vida». Mientras la sacaba a bailar un maravilloso y emotivo tango. Aquél es el mejor momento de la película. Una escena que dura tan solo uno o dos minutos, pero llena de mensaje y significado.

A raíz de esto empecé a reflexionar sobre la esencia de nuestras vidas. Muchos de nosotros, vivimos corriendo detrás del tiempo, pero nunca lo conseguimos atrapar. Otros estamos tan ansiosos por vivir el futuro, que nos olvidamos de vivir el momento presente, que es el único tiempo que realmente existe.

Hace unos días, fui al restaurante de un amigo y me habló sobe la vida Slow, un movimiento que nació en Roma años atrás y que ahora, desembarcaba con fuerza en nuestras tierras. El movimiento Slow no es otra cosa que un cambio cultural hacia la desaceleración de nuestra forma de vida, para disfrutar más y mejor de la misma. Es una vuelta hacia la revalorización de los afectos, la realización de actividades placenteras. La vida Slow supone un cambio en nuestra actitud ante la vida, relacionada con la forma de comer (slow food, no fast food), de trabajar, en un mayor espacio para el ocio, la relajación, los hobbies y las relaciones afectivas.

Nos proponen tomar de forma consciente el control de nuestro tiempo en lugar de vivir bajo la tiranía y el estrés del mismo, encontrando un equilibrio entre nuestras obligaciones (laborales, académicas) y la tranquilidad de disfrutar de la vida en familia, de una caminata o de una comida saludable. En el momento que vivimos, trabajamos y comemos rápidamente, durmiendo menos horas de las necesarias. Pero para llevar a cabo las cosas importantes de la vida nos iría bien tomarnos las cosas con más calma. Trabajar y producir es importante, pero no lo es todo.

La vida Slow no significa pasividad, sino tan solo una mejor redistribución de nuestra energía vital, hacia valores y actitudes fundamentales para lograr una mejor calidad de nuestra vida.

Y en lo que hace referencia a la comida, en el slow food, esta deja de ser un mero trámite calórico-vitamínico, para convertirse en un autentico viaje de los sentidos, tomando una copa de vino y una sucesión de platos con marcada denominación de origen y de proximidad. Cada vez son más los restaurantes que se acercan a esta filosofía, trabajando con productos de temporada y proximidad, elaborados por productores que utilizan técnicas artesanales y que respetan la esencia del producto, potenciando la calidad versus la cantidad.

Comer unos simples huevos fritos, una menestra de verduras o un asado de cordero puede convertirse en una experiencia inolvidable si las materias primas son de alta calidad y el cocinero las manipula con cariño y respeto. Debemos volver a un pasado reciente en que comíamos los productos en la temporada en que estos estaban disponibles en nuestra tierra. Nunca será lo mismo comer, por ejemplo, una alcachofa recién cogida que una que ha viajado miles de kilómetros, y ha pasado un largo periodo en una cámara frigorífica.

Ahora que llega el verano y disfrutaremos de las vacaciones podría ser un buen momento para retornar a los valores esenciales del ser humano, de los pequeños placeres de lo cotidiano, de la simplicidad del vivir y convivir.

Para luego intentarlo aplicar en nuestros respectivos trabajos. Si lo hacemos así, conseguiremos que en ellos haya un ambiente más alegre, más leve y por tanto, más productivo, donde las personas hagan, con placer, lo que mejor saben hacer.

Incluso quizás sería útil aplicarlo en las empresas de nuestra comunidad, ciudad, para así empezar a desarrollar programas de «calidad sin prisa», para aumentar la productividad, la calidad de los productos y servicios, sin perder necesariamente la «calidad del ser».

Supongo que para llegar a todo esto todavía queda mucho trabajo por hacer, pero lo que sí podemos hacer es intentar, al menos en nuestro día a día, comer y vivir bajo esta nueva armonía que aporta la vida Slow.