La palabra «reinventar» no existe. Esas ratas ladronas de queso, de oro y de la dignidad de su madre saben que con lo que más se miente es con las palabras y usan palabras de mentira. Sólo se inventa una vez, como cantaba «Azúcar Moreno». Ahora bien, si, por ejemplo, se supiera fehacientemente cómo se hicieron las pirámides, forzando el significado en favor de la expresividad, tendría sentido el uso de «reinventar». Sí, las pirámides siempre han estado ahí, sí es una recuperación de una tecnología perdida, pero sería algo de tanto mérito, de tanto desandar hasta el principio que reinventar lo expresaría, aún en su incorrección.

En virtud de la expresividad y, si le apuraran, uno diría que estos que han inventado el verbo «reinventar» han «reinventado» la pobreza. Sí, siempre estuvo ahí, pero hacía tiempo que no se manifestaba de esta manera, ni cualitativa ni cuantitativamente, y parecía que nunca más iba a expresarse de este modo, ocupando las esquinas donde aún siguen los bancos, con la errabundia de transeúntes de lugares lejanos, a veces inválidos, ataviados con prendas a punto de desprenderse, pordioseros de distintos dioses, en cola para comer caliente, para dormir a techo. Esta crisis está reinventado la pobreza extrema y la general con sus embargos, sus empeños, sus préstamos, sus almonedas.

Traducido del chino, nuestra crisis es su oportunidad porque el número de ricos sigue creciendo en España un 5,4%. En un país en el que la riqueza no crece y los ricos sí ya se sabe de dónde lo están sacando. No hay relatividad en el dato: 144.600 ciudadanos tienen al menos un millón de dólares en activos financieros.

Si aumentan los ricos y aumentan, mucho más, los pobres está claro que se están abismando las clases medias, buenas productoras, buenas consumidoras, malas especuladoras porque no trabajan con sobrante para apostar, despiezar y destruir.