Los defensores a la derecha de Berlusconi insistirán en que ha sido un excelente primer ministro, si se hace abstracción de que se acostaba con menores, las inducía a la prostitución y presionaba a los aparatos del Estado para otorgar un trato de favor a sus protegidas. Los exculpadores olvidan que, si se le priva de estos rasgos que ellos consideran ancilares, dejaría de ser Berlusconi.

A media voz, la derecha viril española recuerda que «Ruby no era tan menor». A continuación aplaude a Ana Mato de Gürtel, por haber elevado la edad de consentimiento sexual engrosando el número de hipotéticos delincuentes. Sólo faltaría que se contagiase al vulgo de la licencia sexual que es patrimonio de los hombres de bien. En el fondo, los tolerantes trazan una zona de exención legal para Berlusconi y para ellos mismos. Sin rechazar ni perder la advocación vaticana.

Contra sus abogados susurrantes, el poder y la potencia de Berlusconi son inseparables. Weber define la primera de estas cualidades como el instrumento de quien puede obligar a otros a hacer lo que no desean. La potencia es la exhibición constante del dominio, tan importante como su ejercicio. La traslación al plano sexual peca de elemental. Mao o Sua Emittenza se han vanagloriado de esa potestad, donde la condición de minorenne de las compañeras de lecho apenas merece consideración.

Junto a Ruby, el poder le sabía a Berlusconi de otra manera. El primer ministro italiano por triplicado se remitirá a Hegel, cuando creaba una condición supralegal para Napoleón. O evocará a Maquiavelo, cuando alentaba y alertaba a Lorenzo el Magnífico y a Fernando el Católico. En este punto habrá que recordar al ensoberbecido Berlusconi que él no es John Kennedy, que citaba a amantes de reserva en la Casa Blanca, por si sufría un ataque agudo de libido.

Berlusconi ejecuta una parodia enriquecida con viagra de los mitos antes citados. En su peligrosa ingenuidad, el jefe de Gobierno italiano consideraba que Ruby le acercaba a la grandeza de sus ilustres predecesores. Desde la derecha incontestable, el periodista Indro Montanelli fue el primero en avizorar la amenaza del berlusconismo para los italianos, siempre ávidos por aclamar al líder que se asoma a un balcón.

Penitencia viene de pene, y Berlusconi ha sido condenado por un comportamiento que considera una prebenda inseparable de su cargo. Antes de la sentencia, el bufón había bromeado largamente sobre su afán por acostarse con menores. Por tanto, sólo sufre el Estado.