Snowden, ¿ángel o demonio? Los juicios morales nos persiguen, y, en reciprocidad, perseguimos con ellos a todo el que se nos pone a tiro. El juego universal es juzgar. El juicio permite clasificar, y tachar al que no pase la prueba del algodón. El éxito del spot de televisión («el algodón no engaña») viene de ahí: juzgamos hasta a los azulejos. Quizás no siempre haya sido así. ¿Qué juicio merece el pillastre pero leal Ulises, el cruel aunque heroico Aquiles, el digno pero vesánico Agamenón? La literatura salva los trastos de la quema moral que hace la historia, al final una ristra de juicios, con tribunal comprado casi siempre. Juzguemos por las obras, o sea, pesemos, no juzguemos. Snowden ha delatado a los perpetradores de una conjura contra todos. El mundo, sin entrar en lindezas morales, debería tratarlo como a un testigo protegido. Quien lo entregue sí merece ser llevado a juicio.