Mi amiga Jane es una gran persona. Desde hace algunos años vive en un civilizado rincón de la Arcadia, cerca del pueblo malagueño de Benahavís. Su español va progresando. Pienso que el día que lo hable perfectamente será un mixed blessing -una bendición a medias- para nosotros, sus amigos españoles. Echaremos de menos sus angulares construcciones sintácticas, sólidamente inglesas, sus atajos de la mano de los infinitivos, a través de los indomables verbos españoles. Y el caudaloso torrente de sus entonaciones oxfordianas, en el que las recias consonantes castellanas se enfrentan a las resonancias del Inglés de la Reina.

Aunque ella dice que no, Jane es una de las estrellas de un maravilloso e indispensable blog madrileño, único en su género, en el que reinan virtudes casi proscritas en la actualidad: como la inteligencia, la tolerancia, el sentido del humor y las buenas formas.

En su último comentario nos relataba Jane una experiencia de su tía-abuela materna, viuda desde muy joven. Fue aquella una gran dama británica, toda acero y terciopelo, educada en la época de la Reina Victoria. Jane nos contaba que esa formidable señora tuvo que poner a prueba todo su carácter y toda su capacidad de resistencia para salir adelante en su granja de Sudáfrica, en tiempos muy complicados. Los que les tocaron vivir a algunos de los ingleses que residían allí durante la Guerra de los Boers. La misma contienda en la que un joven Winston Churchill recibió con gran distinción su bautismo de fuego como corresponsal de guerra.

Nos contaba Jane que su tía-abuela siempre confió en sus trabajadores nativos, de etnia zulú, su familia más cercana. Se defendía bien en su curioso idioma. El isiZulu (sic), dotado de un vocabulario de casi veinte mil palabras y una estructura gramatical increíblemente compleja. Siempre tuvo presente que a sus amigos zulúes les debía nada más y nada menos que la vida. Quizás por gratitud y lealtad a ellos, nunca les desveló un secreto que guardó hasta el final de sus días.

En aquellos tiempos de privaciones y escasez, con la despensa casi vacía, sus criados le sugirieron que quizás podrían añadir para ella algún suplemento en su muy ajustada dieta. Podrían tostar o freír unos insectos que atrapaban por aquellos campos. Ellos ya lo estaban haciendo. La tía-abuela de Jane, una vez se repuso de la sorpresa, les dijo Ngiyabonga; gracias en isiZulu. Cuando los probó, disimuló como pudo el horror que le producían aquellos extraños y crujientes aperitivos.

Se los prepararon más de una vez, mientras iba apurando las reservas de la pequeña bodega de la casa. Se acostumbró a tomarlos con una o dos copas de vino de Jerez. Aunque cuando el calor apretaba, prefería un buen trago de Rose's, el pundonoroso zumo de lima de los veranos ingleses de toda la vida. Pero cuando había algo importante que celebrar , el Rose's o el Jerez le dejaban el sitio de honor al Pimm's No. 1, otro pilar del Imperio Británico. La tía-abuela de Jane siempre guardada en lugar seguro una modesta reserva de esta famosa bebida, mezcla de ginebra, licores y hierbas aromáticas. La misma que se servía en los lejanos campeonatos de tenis de Wimbledon, en las regatas de Henley o en el festival de ópera de Glyndebourne.

Incluso cuando llegaron los buenos tiempos, la tía-abuela de Jane no se hubiera atrevido a dejar de tomar sus aperitivos con insectos. Hubiera significado que durante años les había ocultado la verdad a sus leales zulúes. Por nada del mundo lo hubiera soportado. Y así fue hasta el final de sus días.