Puedes ser de Guardiola o de Mourinho -¿queda alguien ahí?-, pero nadie es de Heynckes, el entrenador que creó un equipo invencible el día en que convenció a Robben y Ribéry de que no se agredieran físicamente durante los partidos. El técnico alemán pierde el puesto de trabajo cada vez que obtiene la Champions. Su sucesor catalán accede al puesto con el encargo de despachar a Robben, que casi ganó el título europeo a solas.

Guardiola suprime a los artífices de un Bayern que goleó siete a cero a su Barça, pero ninguna contradicción provoca una abolladura en su carisma de teflón. Las críticas al triple vencedor de la Champions rebotan y acaban golpeando al emisor. Se marchó el año en que lo perdió todo, no acometió la renovación de la plantilla, creyó que también podía apabullar con Alexis, se ofreció a Hoeness y Rumenigge para dirigir al Bayern cuando todavía trabajaba en el Barça en 2011, habla un alemán de inmigrante a Ucrania, tiene una cara B mucho menos seductora que su semblante filosófico, con Messi cualquiera, Tito Vilanova ha mejorado el balance del último curso de su predecesor desde una grave enfermedad...

Guardiola se presenta como un modelo racional, pero su leyenda apela a la irracionalidad. Las personas que se cruzan en su camino aspiran sobre todo a ser amadas por el técnico. Ibrahimovic arremete contra él por el despecho que brota del desengaño y la malquerencia. Mourinho se saltó el dogma adoratriz, y por eso lo desestabilizó pese a que el luso fracasó en su pugna por liquidar al club más poderoso del mundo. El Madrid, por supuesto.

Múnich es el contrapeso mediterráneo a la Alemania prusiana, hasta aquí llega la metáfora con Barcelona. Sin embargo, el intento de mantener la divinidad de Guardiola en sus lares choca con la esencia del antagonismo futbolístico. El entrenador es hoy el enemigo a batir por el barcelonismo, el director de la única escuadra que ensombrece la década de hegemonía azulgrana. El forofo nunca ha comulgado con la esbelta prosa de los retratistas de mitos. Todavía no usa la palabra «traidor».

Guardiola se sintió tan grande que el Barça se le quedó pequeño. Se insinuó al Bayern en busca de trascendencia, y esta tarea le conducirá ineludiblemente a llamar un día a las puertas del Madrid. Necesita triunfar en el Bernabéu para exorcizar a Mourinho.