Se trata de una impresión que uno saca de sus visitas a las ferias de arte o a las galerías de cualquier ciudad: lo que se expone en muchas de ellas galerías y que se hace pasar por arte es más bien en muchos casos simple decoración o diseño.

Apenas se distingue en efecto de lo que vemos en los escaparates de las boutiques de lujo o algunos grandes almacenes, que muchas veces por cierto acogen obras de esos mismos artistas. ¿El galerista como escaparatista?

Hemos visto también cómo artistas internacionalmente conocidos y con fama de iconoclastas no han tenido el menor empacho de atender las llamadas del sector de la moda para prestar sus ideas a una nueva colección de bolsos o de cualquier otro artículo.

Si en otros tiempos, los mecenas eran la Iglesia, la Corte, la aristocracia o más tarde la pujante burguesía mercantil, hoy asumen ese papel gentes del sector de la moda y el lujo como es el caso de los franceses François Pinault, propietario del grupo PPR y de una de las mayores casas de subastas del mundo: Christie´s, o Bernard Arnault, dueño de LVMH, que ha creado una fundación para el arte contemporáneo.

Pinault encargó al artista escandinavo Ólafur Eliasson decorar la fachada de uno de sus dos palacios venecianos, dedicados a albergar su colección y que le ayudan de paso a promocionar por asociación los productos de lujo que venden las múltiples empresas de su grupo.

Están también los oligarcas rusos que montan galerías para dar un capricho a sus nuevas novias mientras ellos se dedican a sus negocios o las monarquías del petróleo, que abren nuevos Louvres en medio del desierto para darse una pátina cultural.

Cuando hay por medio dinero de unos u otros, no parece haber artista de esos que llenan habitualmente las páginas de las revistas de arte que se les resista: llámese Jeff Koons, Tracey Emin o Richard Prince. Como en otros sectores de la vida, manda aquí también el mercado.

Así, el norteamericano Jeff Koons ha aceptado gustoso el encargo de adornar el yate de lujo de un conocido coleccionista griego mientras que su compatriota Jenny Holzer, no ve el mínimo inconveniente en decorar con alguna de sus frases ocurrentes un automóvil alemán de carreras.

Una multinacional como Unilever, criticada por los grupos ecologistas, patrocina anualmente, rodeada de gran publicidad mediática, una instalación en la sala de las turbinas de la Tate Modern londinense, espacio por el que han pasado artistas como el citado Eliasson, Anish Kapoor, Juan Muñoz, Bruce Nauman o Carsten Höller. Así ha podido mejorar su imagen.

El belga Höller diseñó uno de sus toboganes, como los que instaló en la Tate, para que la diseñadora de moda italiana Miuccia Prada pudiese bajar directamente desde su despacho al automóvil aparcado en la calle.

¿La actual confusión entre arte y diseño, entre arte y mercado no la vemos también en las tiendas de los museos en las que se ofrecen lo mismo corbatas que imanes, delantales, bolsos o paraguas decorados con conocidas imágenes, que se esa manera se trivializan como cuando una melodía de Mozart o Beethoven suena en un teléfono móvil?

¿Son la banalización de la práctica artística, la superficialidad y la supeditación al mercado signos de nuestros tiempos? ¿Dónde quedan el misterio, la palpitación, la verdad, la capacidad de transformación de la obra de arte? ¿Dónde la integridad, la independencia, la autonomía del artista?