Aunque la haya hecho sólo por molestar a Rajoy, la propuesta de Esperanza Aguirre de «catalanizar España» no debería caer en saco roto. Y digo molestar a sabiendas de que no hay palabra de la lideresa que no busque enturbiar el debate político. A veces, sin embargo, sus declaraciones sirven también para agitarlo o redireccionarlo, y si uno ignora la inquina que la expresidenta de Madrid le profesa al jefe del Ejecutivo, hasta pueden mover a la reflexión.

De «catalanizar España» Aguirre sabe mucho. Ahí está, sin ir más lejos, su decisión de fichar a Albert Boadella para dirigir los Teatros del Canal, que les granjeó a ambos un odio inmisericorde: por una vez, soberanistas y carpetovetónicos se pusieron de acuerdo para dirigir sus dardos hacia la misma diana.

En su intervención del jueves ante el Círculo Ecuestre de Barcelona, que tituló Mi visión de Cataluña, Aguirre abundó en su idea de que las mentes preclaras -y la de Boadella lo es- no deben conocer fronteras. Así que llamó a los catalanes a liderar España en los campos científico, empresarial y cultural. O sea, llamó a la fuga de cerebros catalanes hacia España.

Sin perjuicio de que Aguirre esté de acuerdo con Rajoy en que la reivindicación independentista choca de frente con la Constitución, su lectura de la cadena humana de la Diada es acertada: se trata de una antigua y arraigada pasión popular que CiU exacerba cínicamente por razones políticas -ERC también la exacerba, pero sinceramente, porque aspira a la secesión-, y ya se sabe que el intento de racionalizar la pasión de un tercero suele conducir a éste a acendrar más su sentimiento.

Además, la expresidenta de Madrid identifica con claridad dos de las principales razones del auge del independentismo en Cataluña: treinta años de lavado de cerebros en la escuela y ausencia de medios de comunicación independientes; tan poco independientes como para considerar apropiada, salvo en un caso, esta doble y simultánea petición de la Generalitat al Estado: pacto fiscal y, además, 5.000 millones del Fondo de Liquidez Autonómica (FLA).

Aguirre criticó también la opacidad de las balanzas fiscales -aunque no se privó de repetir que la diferencia entre lo recaudado y lo retornado es mayor en Madrid que en Cataluña- y no hizo referencia alguna al «derecho a decidir». Pero hubiera podido, porque el tal derecho raya en la aporía. Aparte de no distinguir entre derecho y libertad, los defensores de esta entelequia tienden a repantingarse en el tercer elemento del sintagma, y se olvidan de que el «derecho», para que lo sea, debe estar reconocido en el Derecho. Y no estándolo, como es el caso, cómo va a ser derecho. Será libertad, «libertad de decidir». Sí, pero en democracia la libertad se ejerce en el marco de la ley. Por eso se dice que es un Estado de Derecho.