Lo bueno del metro es que vamos a tener uno que ninguno de los tres partidos, PP, PSOE e IU, que han metido mano en el asunto quieren. Tiene mérito. Mucho. Después de años y años de discusión, de mesas técnicas, de traiciones, de fotografías bajando a los túneles y de enfrentamientos, han sido capaces los tres partidos de ponerse de acuerdo en una solución que a nadie de los tres satisface. Cierto es que el escenario económico no es el mismo que el de antes, pero no sirve como excusa para que la ciudad de Málaga les felicite por tan colosal maniobra.

Cuando el PSOE gobernaba en solitario, la Junta de Andalucía diseñó un metro ambicioso para una ciudad cuyas características no son las más idóneas para semejante obra y sistema de transportes. Planificó cuatro líneas (el Palo, Ciudad Jardín, Universidad de Málaga y Martín Carpena) y otra línea más circular por si algún malagueño quería darse una vuelta completa por Málaga.

El PP, que desde el siglo pasado gobierna el Ayuntamiento de Málaga (al igual que el PSOE la Junta) le añadió unos cuantos detalles al plan de infraestructuras de la Junta y fue incorporando añadidos como si de un madelman se tratara. Un intercambiador en la Plaza de la Marina; aprovechar la obra del metro para prolongar el Cercanías hasta La Marina; remodelar y peatonalizar el paseo de la Alameda y con la certeza de que toda la obra sería bajo tierra.

IU, que hasta antes de ayer siempre ha estado en la oposición, tomó con bríos la Consejería de Fomento y sin encomendarse ni a José Antonio Griñán ni a Francisco de la Torre decidió presentar un proyecto que modificaba sustancialmente la llegada del metro al centro de Málaga. Ideó un tranvía ligero como el que circula en otras ciudades europeas con la excusa de que el dinero que se ahorraba permitiría prolongar luego el sistema de transportes hasta el Palo allá por el 2016.

Bien. Todo esto ya es papel mojado tras la reunión de ayer en la alcaldía de Málaga entre Susana Díaz, presidenta de la Junta de Andalucía, Francisco de la Torre, alcalde de la ciudad; y Elena Cortés, consejera de Fomento y primera víctima de los «nuevos tiempos» que quiere imponer Díaz en la gestión del gobierno andaluz.

La nueva presidenta andaluza ha sido hábil con esta maniobra política. Izquierda Unida, que no es el PA, asumió con fuerza la gestión de sus carteras y quiso cambiar el proyecto del PSOE (queda aún la duda de si con el visto bueno del anterior gobierno que lideraba el ahora senador Griñán) y dejo a los socialistas sin discurso, rehuyendo a la prensa cada vez que se le preguntaba a algún dirigente qué modelo de metro defendía para la ciudad de Málaga. El PSOE se puso de perfil, de perfil bajo, y sólo eran capaces de anunciar que «querían el mejor metro posible para Málaga». Una de mis hijas, Begoña, de once años, también estaba de acuerdo con esta máxima cuando escuchaba en casa este debate en una cena familiar. Y llegó Susana Díaz para mediar en un asunto en el que el Gobierno andaluz estaba perdiendo peso ante la opinión pública, que no publicada, y mostró su arrojó para desautorizar por completo a su consejera y a la coalición que le mantiene en el sillón presidencial. La decisión no era fácil, pero pulsó el botón e hizo descarrilar el tranvía que proponía Izquierda Unida y le daba la razón al alcalde de Málaga, al que muchos ya veíamos encadenado a alguna catenaria para defender un metro soterrado a su paso por el centro de la ciudad.

El nuevo escenario, más posibilista si se quiere, no es, desde luego, el más razonable. El Ayuntamiento y la Junta acordaron en una hora, aunque hubo contactos previos para evitar que el viernes se produjera otro de los habituales encontronazos entre dos administraciones muy dadas a zurrarse, que el metro cruce el centro de la ciudad bajo el río Guadalmedina, hasta el Mercado de Atarazanas. De esta forma, Díaz opta por la postura defendida por el Consistorio, aunque incluye que el suburbano transcurra en superficie al inicio del trazado de la Línea 4, desde la zona del Corte Inglés hasta el hospital Civil, algo que tendrá que valorar la comisión de seguimiento y que permite, de paso, que IU mantenga la llama del tranvía aún viva. Pero esta decisión deja el gran metro de Málaga en un «mediometro», ya que cruzará el centro de la capital bajo tierra, aunque, en principio las líneas 1 y 2 solo llegarán hasta la mitad de la Avenida de Andalucía, en calle Torregorda, a la altura del Mercado de Atarazanas, pendientes de que se consiga financiación para poder terminar los tramos en los próximos años y que pueda llegar hasta La Malagueta. Hacer este obra supondrá un coste de unos 50 millones de euros para prolongar sólo unos 250 metros bajo tierra la línea que acababa en el Guadalmedina, una inversión muy elevada para tan escaso recorrido y que sólo sirve para superar el «efecto psicológico» de que se supera el cauce vacío del río Guadalmedina, la gran cicatriz que condiciona a esta ciudad. Bueno, además, de contentar a las empresas concesionarias y su parte de negocio.

*Juande Mellado es director de La Opinión de Málaga