Si yo digo «una pareja muy conocida en Santiago», todo el mundo advierte que estoy hablando de los padres de Asunta, la niña asesinada hace poco en esa ciudad. De modo que «una pareja muy conocida». He llamado a un amigo de Santiago que no los conocía.

-¿Pero tú en que mundo vives? -le pregunto.

-No sé, ya me conoces -se disculpa.

Hace mucho tiempo, cuando tenía 17 ó 18 años, trabajé casualmente de marionetista en una compañía. Hicimos dos o tres representaciones y el asunto no fue a más (ni a menos, pues logré que me pagaran). El caso es que lo comenté en una entrevista y quedó fijado para siempre en mi biografía. «Trabajó en su juventud de marionetista», veo aquí y allá, en toda esa chatarrería curricular en la que está deviniendo la red. Es mentira, evidentemente, al menos es mentira en los términos en los que se reproduce. Fueron las marionetas las que trabajaron de Juan José Millás, pues no me dio tiempo a adquirir la destreza que se le supone al oficio. Aunque por aquella época me rompí el brazo izquierdo en un par de ocasiones a nadie se le ocurriría afirmar que trabajé de quebrantahuesos. La realidad se construye en gran medida de este modo: repitiendo un suceso que choca, por banal o raro, hasta que toma cuerpo. No sé qué rayos significa «una familia muy conocida en Santiago». Hay gente muy conocida en los círculos de empresarios de los que no se ha escuchado hablar en los literarios o en las asociaciones de vegetarianos. Con todo esto, quiero decir que las informaciones deberían aclarar o concretar el asunto, no por nada, sino por un afán de precisión. Cada vez que escucho lo de la «familia muy conocida» me parece que por debajo del texto circula un subtexto confuso. Como si las familias conocidas estuvieran a salvo de lo que les ocurre a las no conocidas, y esta fuera la excepción que confirma la regla. O como si ello añadiera a la tragedia un plus de dramatismo que no necesita para nada. En definitiva, que me encuentro confuso.