Google cumple 15 años y Facebook va por los diez, y en tan poco tiempo entre ambos han conseguido que Dios se pueda echar una siesta sin perder comba informativa. «Dios lo ve todo, lo pasado, lo presente y lo futuro, y hasta los más ocultos pensamientos», decía o dice el catecismo infantil; Google y Facebook se le acercan a ello. Conocen el pasado y el presente, el futuro pasa por sus manos, y desde luego, tienen gran parte de nuestros más ocultos pensamientos almacenados en sus bases de datos. Dios se puede echar la siesta porque el día que nos llame le bastará echar un vistazo a los ordenadores de ambos servicios. «Te hiciste amigo de pecadores y navegaste por páginas porno, lo dicen tu perfil y tu log de búsquedas».

Para quienes crean que Dios no está para esas cosas, o simplemente que no está, digamos que tal información se halla al alcance de quien la compre para hacer negocio, o del poder que la confisque con fines inconfesados de control ideológico bajo la excusa del terrorismo. Se halla a su alcance, y la alcanzan. Cada vez que nos ofrecen comprar justo lo que nos gusta están bebiendo de tales fuentes. Y gracias a Snowden sabemos que los servicios secretos escrutan nuestras relaciones.

Pero hay algo más: si buscamos en Google es precisamente porque lo sabe todo y si nos relacionamos a través de Facebook es porque ahí está todo el mundo. Nos tienen fichados a todos, y por tanto también a nosotros mismos. Sin derecho al olvido. ¿Permitiríamos tal cosa a nuestro gobierno, a los funcionarios que administran el Estado? Desde luego, nos disgustaría, como nos disgustó saber que los datos han llegado a manos de los espías. Pero nos había parecido bien desnudar el alma ante los ordenadores de una empresa. Lo privado es fiable, lo estatal es sospechoso: el mensaje liberal ha calado hondo.

El resultado es un duopolio privado a nivel mundial en cuyos archivos el estado puede meter la nariz sin que ello lo transforme en público ni lo someta a control político. Hay quien propone que el conocimiento del cuadro de relaciones y preferencias de cada uno de nosotros, hoy en manos del duopolio, sea de dominio público por el bien del principio de competencia. No sé si nos fiaríamos, o si preferiríamos que los poderes públicos actuaran como tales para garantizar el borrado sistemático de las huellas de nuestros pasos.