Es una inmoralidad. ¿Le importa a alguien? No lo sé bien. A quienes aplaudían al genial Messi cuando entraba a los juzgados en Barcelona para declarar por fraude fiscal, no. O eso creo entender. Aunque quizá pueda ser que el nivel de cinismo de esa ciudadanía jaleadora haya sobrepasado el de descreimiento, alimentado por el agravio comparativo con el fraude de algunos políticos y poderosos que protagonizan los informativos. O quizá sea que el nivel de desconocimiento de la extraña costumbre-deber-derecho de pagar impuestos, que tiene o debe tener todo quisqui, aún no genera la gravedad millonaria del fraude en quienes aplaudían al crac argentino por marcarle un gol a Hacienda, ni el enfado por el robo indirecto que toda evasión fiscal supone en sus propios bolsillos. Pero no me quiero centrar en esta digresión de que a quien defrauda le aplaudan los defraudados. Sino a la ceremonia estomagante de comunicación de las cifras del paro.

Aunque difícilmente se podrá superar el esperpento de marketing político que pretendía vendernos a 31 nuevos empleados como un éxito del Gobierno. Aunque 31 parados menos era, cierto, la mejor cifra desde el año 2000 para un mes de agosto en paro registrado. Pero la verdadera realidad de este agosto pasado es que la precariedad laboral se consolidaba, triste y lógico en un mercado de trabajo donde hay tantos buscándolo, en demasiados casos parados de larga duración. El número de parados registrados en las oficinas de los servicios públicos de empleo era en agosto pasado de 4.698.783 personas, cerca de 5 millones. Un doloroso escándalo social. Una emergencia nacional.

La frivolidad afilada que causa heridas profundas en quienes lo sufren comenzó con el eufemismo de los ´brotes verdes´ de la ex ministra Salgado, en el anterior Gobierno. Aunque las ruedas de prensa en las que cada mes se notifican las cifras del paro -filtraciones previas interesadas aparte- ya se habían convertido en una escenificación de absurda euforia, si las cifras no eran peores, o de manipulación partidista si aunque lo eran se podían interpretar de otra manera, esta última etapa ya resulta insoportable. O será que yo no lo soporto ya.

Está claro que, por ejemplo en Andalucía, con una tasa de paro que supera el 35% (de la que nunca tiene ninguna culpa la Junta, ésa es otra), que el ministro Montoro valore las cifras con una sonrisa como el mejor dato en un septiembre de los últimos 6 años, resulta estomagante. Incluso aunque vaya de suyo que la oposición y los sindicatos lo nieguen, desgraciadamente otra ceremonia gastada que muchos ya ni escuchan. Tenemos un problema dentro de otro.

Pero la próxima vez que un gobernante salga a dar los datos del paro, y no lo haga con gesto respetuoso y serio, muy serio, sin lloros desesperanzados pero sin sonrisas, asumiendo con gravedad moral la situación, apago y me voy