Aunque el crimen de la niña Asunta evoque, así titulado, las coplas de cordel que los ciegos cantaban por las ferias, lo cierto es que el caso de Santiago constituye ante todo un ejercicio de contemporaneidad. Por ahí andan, entremezclados sobre un fondo de horror, retazos del cine negro de Preminger y tramas con giros tanto o más inverosímiles que las de Agatha Christie o Alfred Hitchcock, convenientemente actualizadas a la era de Facebook. Por desgracia, no se trata de una ficción -como cualquiera ajeno al caso pensaría-, sino de un homicidio fieramente real.

Tan conexo a la actualidad está el crimen que nada costaría verlo desde el punto de vista de la economía reciente. Hay quien lo interpreta -quizá sin ironía- como una consecuencia algo extrema del reventón de la burbuja inmobiliaria que tantos patrimonios edificó en España, para luego dejar sin la necesaria liquidez a muchos de los beneficiados por aquella larga especulación.

Bien es verdad que la hipótesis del móvil económico se ha ido difuminando en el caso de Asunta, pero aun así sigue siendo tentadora la imagen de una familia en el declive de sus finanzas -o al menos de su saldo bancario- que evocaría la caída de la Casa Usher imaginada por Poe. No causa menos desasosiego la simple si bien no demostrada posibilidad de que unos padres quieran deshacerse de su hija adoptiva por torpes sinrazones de liquidez financiera; aunque ese sea, en efecto, uno de los móviles más recurrentes en la moderna novela policial.

Enrevesado hasta el punto de que cueste más encontrar el móvil que a los sospechosos, el crimen de Santiago es todo un cruce de referencias estrictamente contemporáneas. Por no faltar, no faltan siquiera las redes sociales que vienen a ser, al cambio, el equivalente de las antiguas corralas donde el personal desaguaba sus cotilleos.

Las niñas ya no escriben como antaño sus diarios para la intimidad, sino en el muro electrónico de Facebook, donde la desdichada Asunta dejó un breve cuento de crímenes y espíritus que vagan por parques encantados. Los más entusiastas seguidores del asunto creen adivinar entre las líneas de ese relato el hilo que delataría la existencia de otras muertes alevosas en la familia, argumento que apoya el logo de la película «Anatomía de un asesinato» que la cría le tomó prestado para su blog a Otto Preminger.

Todo este acopio de circunstancias cinematográficas y literarias convierte al de Santiago en uno de los primeros crímenes de la modernidad en España. Atrás quedan los tiempos en que este era el país agrio y secarral de la matanza de Puerto Hurraco, el de los sacamantecas o el del temible hombre lobo Romasanta, que traficaba en Galicia y Portugal con los ungüentos extraídos a los cadáveres de sus víctimas. Aquella España de costumbres levemente agropecuarias en materia de asesinato es ya solo un vago recuerdo que se pierde en la niebla de la Historia.

El de la desventurada Asunta, en cambio, es un crimen moderno que se desenvuelve en escenarios de la alta sociedad como los que tanto gustaban a Agatha Christie: y con tramas que en modo alguno desmerecen la imaginación de la novelista inglesa. Tanto es así que no falta quien esté siguiendo el caso como si se tratase de una pieza de intriga con el añadido de Facebook. Infelizmente, la víctima de toda esta contemporaneidad es tan real como sus victimarios, quienesquiera que sean. Sería bueno no olvidarlo, antes de que esto se convierta en un circo.