Los titulares que han coronado a Angela Merkel como emperatriz o reina de Europa tendrán que envainar. Una victoria que no produce mayoría tiene la importancia relativa del crecimiento en votos y escaños, pero no la absoluta del poder no compartido. Ella ha llegado a un tope del 41,5% evacuando a los liberales, aliados naturales de la CDU. El resto del Bundestag (la mayoría aritmética) es izquierda, desde los socialdemócratas hasta los comunistas, pasando por los ambivalentes verdes. Ha llamado a los primeros a una «gran coalición» que no los fagocite, como ocurrió en la anterior, cuando la hicieron cancillera por primera vez. Steinbruck, líder del SPD, paga la derrota con su dimisión y da paso a quienes dirigirán la marca dentro del gran tinglado apetecido por la derecha. Las cosas rodarán distinto si la socialdemocracia no quiere desaparecer a golpe de grandes coaliciones.

Para empezar, es bastante anómalo que el bipartidismo de Alemania regrese al partido único sin circunstancias graves que lo justifiquen. La izquierda superviviente será residual en esta legislatura, en la que Merkel quiere cambiar la muleta del abducido grupo liberal por el segundo partido del país. A más fuerte y potente mayoría, menos opciones para las minorías. A saber qué clase de pacto concebiría Merkel en condiciones de emergencia nacional. Lo cierto es que el fáctico partido único escama bastante a la luz de la memoria histórica. SPD no quiere dar bazas de crecimiento a verdes y comunistas, pero mucho menos a la derecha. Las exigencias para el pacto ante el que se dejan querer han de mostrar un calado que a lo mejor no sabe digerir la señora. Serán condiciones para lucir poder y recuperar posiciones, no para progresar como el cangrejo.

Si la coalición no fragua, toda la izquierda frente a Merkel, aunque siga desunida, es una amenaza más que virtual de veto permanente a la política de gobierno. La reina-emperatriz ha sabido sacar partido de las decadencias ajenas, en gran parte maquinadas por ella. Una cierta mayoría de alemanes también puede digerir mal un rechazo a la gran coalición, de la que se manifiesta afín, pero hay cuatro años para aprender de los errores y hacer otra oposición. Así que, o la porción de la tarta mayoritaria es grande, o no habrá mayoría. Pura lógica. En tal caso, tendrá Merkel que modular y flexibilizar a fondo. Es una ocasión para que los socialistas españoles consigan de sus homólogos alemanes cambios capaces de evitar que el PP lleve adelante en España una Ley Presupuestaria cuyo anteproyecto sigue recortando lo ya muy recortado por los ukases de la reina-emperatriz.