Cerca de treinta grados a orillas del Cantábrico a primeros de Octubre, aunque no sea tan insólito, es razón bastante para que se abra una grieta en el cascarón de la normalidad, por la que pueda surgir cualquier prodigio. El viento Sur del Cantábrico ya es un prodigio en sí mismo, que cambia la estructura íntima de los cuerpos, y por tanto de las mentes. Estando así las cosas, y el cronista nadando a braza despacio, dejando atrás una mañana de trabajo dura, que funciona como un propulsor de pasado que empuja el cuerpo adelante, ve pasar sobre el mar cuatro ruidosos helicópteros, más o menos en formación. Luego, ya saliendo, ve volar casi rozando el agua (apenas rizada) otras tantas libélulas, cada una a su aire, pero con cierto enigmático juego entre ellas. Como así fue, así lo cuento, sin saber si es una señal de algo, ni de qué, pero dejó constancia aquí del suceso, por si acaso.