La imagen de Barak Obama afirmando que Estados Unidos es un rehén de una cruzada ideológica me pareció uno de esos momentos en que, siendo el Presidente el hombre más poderoso del mundo, probablemente desearía estar en otra parte. Lo que hacía Obama es denunciar esa cruzada ideológica emprendida por la facción más conservadora del Partido Republicano contra su reforma sanitaria, después de haber conseguido paralizar la administración y los servicios públicos de ese país. En última instancia, una minoría ultraconservadora, vinculada al Tea Party, ha provocado una auténtica parálisis institucional, política y económica del país, al bloquear los presupuestos a través de su influencia en la mayoría republicana que tiene el Congreso. La consecuencia de todo esto puede ser, si el acuerdo no llega, algo tan increíble como la suspensión de pagos en menos de un mes y un grave daño a la economía norteamericana que, sin duda, también afectaría negativamente a la economía mundial.

El motivo de todo este conflicto es la puesta en marcha de un seguro sanitario (de carácter privado) que pretende resolver la asistencia sanitaria de casi cincuenta millones de ciudadanos norteamericanos que carecen de cualquier tipo de seguro. Para facilitar la implementación de esta medida, el Gobierno estableció subvenciones para aquellos ciudadanos que percibieran salarios inferiores a 27.800 dólares anuales. La Ley de Atención Sanitaria Asequible (ASA o Obamacare) aprobada por el Congreso en 2010, que comenzó a operar el 1 de octubre, no cambia el sistema privado pero hace obligatoria la cobertura, garantiza prestaciones mínimas, provee subsidios a los necesitados y multa a los infractores. Todo esto tiene poco que ver con el seguro nacional de los países de la Unión Europea y la sanidad pública y universal de nuestros Estados de Bienestar. Sin embargo, constituye una afrenta al modo de vida americano para los radicales del Tea Party. De momento, ha interesado a más de seis millones de norteamericanos. Si triunfara, y siempre dentro de los parámetros de la difícil y siempre peculiar política norteamericana, conseguiría universalizar la asistencia sanitaria y establecer una cobertura sanitaria mínima para todos sus ciudadanos. En pocas palabras, impulsaría un modelo sanitario universal y una forma de Estado de Bienestar.

Lo curioso de todo esto es que durante los últimos tiempos hemos hablado de la pérdida de importancia de las ideologías en la política, de su menor influencia en los ciudadanos, de la menor trascendencia de la clásica divisoria del mundo político entre izquierda y derecha. Curiosamente, la paradoja del pensamiento conservador ha sido siempre, por un lado, defender la pérdida de sustancia de las ideologías como mapas de orientación en la vida y en el comportamientos políticos de los ciudadanos en las sociedades contemporáneas, mientras que, por otro, cultivaban una ofensiva ideológica tras otra desde los ochenta hasta hoy -thatcherismo, reaganismo, neocon, etc- y con ello han conseguido la iniciativa en la política económica e incluso dominar, en algunas etapas, el imaginario político y social. Éste es uno de ellos, ir en contra de todo lo que suene a Estado de Bienestar. El neoliberalismo de los ochenta de Margaret Thatcher y de Ronald Reagan puso las bases de este camino. De una u otra manera, la política de hoy, esta política de austeridad que está recortando el Estado de Bienestar no puede entenderse sin ellos. Sin embargo, hoy hablamos de otro tipo de conservadurismo, no es el de los gobiernos de derecha que están gobernando mayoritariamente la crisis, ni tan siquiera el de las autoridades económicas de la UE o del FMI. Estamos hablando de un radicalismo ideológico mayor, el de una extrema derecha que realmente está inquietando nuestras democracias. Se trata, pues, de otro tipo de ofensiva.

La ofensiva a la que me refiero es la del poder de las ideologías y, en particular, el radicalismo conservador o incluso de extrema derecha que exalta a los ciudadanos en virtud de su identidad, cultura, religión. El Tea Party en Estados Unidos, el partido Aurora Dorada en Grecia, el partido UKIP en Gran Bretaña por poner algunos ejemplos. De algún modo, se intensifica el poder de las ideologías al calor de las condiciones sociales creadas por la crisis y el malestar de la democracia, produciéndose esta ofensiva neoconservadora. Partidos políticos, en principio, minoritarios, que tienen una visibilidad mediática y social enorme y producen conflictos que pueden ser graves para nuestras democracias. El peligro no es tanto la vuelta al fascismo de los años treinta como un agravamiento de la crisis -como ha puesto de manifiesto el caso norteamericano-, un retroceso del Estado de Bienestar o un aumento de la conflictividad social, de la crisis institucional y de la desafección democrática. La democracia es sólida pero está inquieta. Obama, por favor, resiste.