Los presupuestos del gobierno español contienen una previsión de deuda pública que roza el cien por cien del PIB. La administración federal de Estados Unidos cierra temporalmente una parte de sus servicios por ausencia de fondos, a causa del conflicto con un parlamento de signo político contrario que se niega a autorizar un aumento del techo de deuda. ¿Cuál es la relación entre las dos noticias de la misma semana? Pues que la segunda puede convertir la primera en un infierno a poco que las cosas vayan mal.

El problema de una deuda pública no es su volumen sino la capacidad y el coste de devolverla. En los presupuestos españoles para 2014 se prevé una reducción del gasto por pago de intereses, a pesar de que la deuda haya crecido, gracias a la reducción de los tipos de interés. Como no cesan de recordarnos, la prima de riesgo ha caído espectacularmente en un año. Hoy las refinanciaciones se consiguen a mitad de precio, lo que alivia enormemente su peso en las cuentas públicas. Pero tal bonanza se debe en gran parte a la paz exterior, aunque el gobierno insista en atribuirse el mérito. ¿Acaso hemos olvidado que la prima empezó a bajar cuando Mario Draghi le dio a la espita del dinero?

Si volvemos la oración por pasiva, deduciremos que una nueva etapa de turbulencias generales podría llenar de temor a los mercados internacionales de la deuda y subir de nuevo el precio a los países comparativamente menos fiables, categoría en la que todavía se encuentra el nuestro. Y si crecen los tipos sobre una deuda mayor que hace un año, los efectos notarían la proporción. ¿Alguien puede ofrecer garantías de que las turbulencias no regresarán? Nadie, por descontado. Y la crisis fiscal de Estados Unidos es el ejemplo. La directora del FMI, Christine Lagarde, ha advertido que sus consecuencias para la economía mundial pueden ser peores que los de la recesión de 2008. En el peor escenario, Obama se declararía en suspensión de pagos, lo que provocaría un tsunami global de desconfianza. Entonces, este 98,9% de deuda pública española se transformaría en una losa insoportable.

Cabe esperar que los norteamericanos se comporten con sensatez y desbloqueen la crisis a tiempo. El mundo confía en ello, por el momento. Pero el episodio nos recuerda que nunca se sabe cuándo y cómo puede ocurrir cualquier cosa que provoque una gran marejada en las aguas calmadas por las que navegamos con exceso de lastre.