Fue la transición un cuento de hadas? En alguna medida, sí. De hecho, mientras transitábamos, Martín Villa, a la sazón ministro del Interior, condecoraba a un torturador conocido como Billy el Niño, alias Juan Antonio González Pacheco, o al revés, ahora no caigo. ¿Lo condecoraba de cualquier forma? No, con una medalla de plata, seguramente pensionada, y ceremonia oficial con discursos emocionados y canapés de anchoa. ¿Se imaginan ustedes a un grupo humano cualquiera rindiendo homenaje, no sé, a José Bretón? Difícilmente. Tendría que tratarse de un grupo muy patológico, muy enfermo, muy psicópata, ¿no? Pues aquí nos rendíamos sin pudor alguno ante un sujeto que hasta el día anterior aplicaba la picana a los genitales de los detenidos. Y que disfrutaba con ello, según todos los testimonios. Pero había que hacer la transición y parte de la transición consistía en eso, en rellenar de chatarra el pecho de personas ejemplares como Billy el Niño, hoy reclamado por la justicia argentina debido a las minusvalías de la nuestra.

No fue el único caso. El propio partido socialista, ya en el Gobierno, nombró para puestos de responsabilidad policial a funcionarios con un curriculum estremecedor de malos tratos. Psicópatas que se excitaban sexualmente apaleando a los estudiantes que pasaban por comisaría. Todo eso, que tanto asco nos da (un ser humano abusando minuciosamente de otro ser humano maniatado, indefenso, psicológicamente hecho polvo), todo eso por lo que hasta la gente más insensible se echa las manos a la cabeza, era entonces curriculum. Como hablar inglés, pongamos, o como tener Empresariales y Derecho, dos carreras que se completan a la perfección.

Claro, cuando los torturados veían en la prensa las fotos de los recién ascendidos y recordaban la extraña intimidad física que habían compartido con ellos en los calabozos de la dictadura, se desgañitaban y escribían cartas al director y acudían al juzgado de guardia. Pero no había nada que hacer porque estábamos en la lógica de la libertad, libertad, sin ira, libertad, guárdate tu rabia y tu ira, etcétera. No podías, en un cuento de hadas, introducir de súbito estos elementos de terror.