La literatura está llena de historias de descubrimientos, de amores, de libertades, que inician con el intrépido acto de un polizón, que unas veces huye y otras se lanza en busca de aventuras y tesoros en la tierra prometida. Leer es como escuchar con los ojos, y los libros están llenos de ecos de polizones que conquistan el mundo. La imaginación ha hecho de los polizones gente admirable y valiente; héroes para la eternidad, a pesar de que el concepto polizón incluye la connotación peyorativa de la ilegalidad, de alejamiento de las buenas costumbres... Para el asunto de hoy, si nos abstraemos y sustituimos la connotación de clandestinidad, que le es propia al concepto polizón, por la de insolencia, inmediatamente tomamos consciencia de que todos, sin excepción, hemos sido polizones recalcitrantes a lo largo de nuestra vida. Algunos, hasta varias veces al día, todos los días de nuestra vida.

So pretextos varios, a lo largo de nuestra existencia nos embarcamos en aventuras polizonas, es decir, en viajes en los que nuestra participación es poco menos que ortopédica. Cuando el asunto simplemente se reduce a impartir, con voz en grito, lecciones técnicas al entrenador de turno por su desgraciada actuación en el partido de ayer, bueno, pase..., aunque, la verdad, esos polizones del fútbol bien debieran respetar los desayunos. Un café, en silencio, guarda todas sus propiedades; en el océano del vocerío, naufraga y pierde el aroma. A veces tengo la sensación de que se agria un poco. Quizá sea que los gritos polizones alteran el grado de acidez del café. A saber...

Los polizones de los oficios, o sea, los zapateros metidos a profetas o los registradores de la propiedad a ingenieros del metalenguaje, por ejemplo, que los hay, terminan siempre mal, a pesar de sus desmedidos esfuerzos por terminar bien. Además, y es lamentable, la responsabilidad del fracaso nunca la asumen en primera persona, como ocurre en casi todos los actos de esta vida. La culpa -horrorosa palabra-, para los profetas, un poner, es del leguleyo con bigote que les preparó horrorosamente mal el caso, y para los ingenieros del metalenguaje, otro poner, de aquel zapatero que les dejó un clavo en el zapato, que no los deja vivir. La responsabilidad siempre está fuera. Cosa de polizones... Si no lo fueran la cosa sería infinitamente distinta.

El polizón de verdad sabe que lo es y no altera sustancialmente al entorno, pero el mundo moderno está repleto de polizones ortopédicos que sí lo afectan. Hay polizones que no saben que lo son, angelitos... Estos no hacen ruido. Pero hay polizones que saben que lo son y aun así pretenden no serlo. Estos son un peligro, porque son polizones que mal aprenden, mal comparten, mal enseñan, mal dirigen, mal gobiernan, mal legislan... Da igual su promoción, son como aprendices consecutivos de sabe dios qué, cada vez. Malos polizones...

En turismo, cómo no, también somos caterva los polizones. El «para qué» de cada uno, obedece a un variopinto abanico de razones, muy pocas. En turismo se nos distingue, sobre todo, por cómo confundimos el verbo entender con el verbo comprender. Los polizones turísticos entendemos el turismo, pero no lo comprendemos. Ojo al dato... El proceso de entender apela al entendimiento. El proceso de comprender apela al conocimiento. Ningún polizón turístico ve más allá del entendimiento, porque si lo hiciera inmediatamente dejaría de serlo. Cuentan de Émile Littré (lexicógrafo y filósofo francés del XXIX, padre del primer diccionario normalizado de la lengua francesa y, según dicen, hombre con especial y arraigado apego al fornicio), que hallándose en plena actividad galante de las que tanto gustaba, compareció su señora esposa y le espetó: «Monsieur, me sorprende». A lo que Littré respondió: «No, madame, los sorprendidos somos nosotros. Usted lo que está es asombrada». Madame Littré, entonces, era aún polizona del lenguaje, está claro. El señor Littré, obviamente, no.

Nuestra estacionalidad turística me inquieta hasta el insomnio, es decir, mucho. Sé que en turismo somos muchos los polizones encadenados al entendimiento de la estacionalidad. También sé, polizones aparte, que poseemos el conocimiento suficiente para comprender el hecho estacional en toda su extensión... Pero, aún así, no sé por qué, en la medida en que la aparición del plan que definirá las estrategias para gestionar la estacionalidad se va acercando, me entra más y más desazón. Jodida intuición, algunas veces...