Y tiene razón. El director de la Fundación Juan March, Javier Gomá, ha dicho: «Hay razones para creer que vivimos en el mejor momento de la Historia. El progreso moral vivido desde hace 500 años nos obliga a pensar así». Y la tiene aún más cuando ha matizado, certero: «Pero la democracia precisa una visión culta, es el gobierno de la imperfección, de lo contingente y lo relativo, que precisa de un corazón educado que comprenda que no existen verdades absolutas, que todo es falible». Porque sólo aceptando esto podremos exigirles a los políticos que no nos vendan humo para auto perpetuarse; que no se constriñan a los intereses de su partido, o cuota dentro de su partido, sólo para auto perpetuarse; que no traten al votante como a un niño caprichoso y estúpido al que sólo dirán lo que éste quiere oír, para auto perpetuarse con un ejercicio de populismo que sacrificará el futuro.

Sólo aceptando esto seremos capaces de auto exigirnos la comprensión de algunos de sus errores, de su obligada falibilidad, ya que los políticos son un poco nuestro espejo en las instituciones públicas, ya que antes de ser políticos -en demasiados casos con mando en plaza vitalicio, enganchados al engranaje desde casi niños en los últimos tiempos- no eran otra cosa que ciudadanos también. Sólo desde esta aceptación profunda y responsable podremos discriminar lo que es mentira interesada de lo que no lo es, por ejemplo.

Y sólo desde la comprensión y desde la preparación adecuada podremos detectar la incapacidad y la mediocridad manifiesta en sus decisiones o en sus discursos. Por eso resultan tan preocupantes como interesantes los resultados de ese estudio de la OCDE que ha evaluado la competencia educativa de los adultos, el denominado PIAAC, pariente cercano del informe PISA que sólo mide la de los chavales. España sale mal parada en la comparativa con demasiados países en comprensión lectora y matemáticas (21 puntos por debajo del promedio de la OCDE y 19 puntos por debajo del de la Unión Europea). Como la democracia no discrimina entre votantes mejor o peor educados y capacitados en general, obviamente, el dato me ha hecho pensar en la calidad de la ciudadanía -no hablo de virtudes y bondades humanas- y en cómo esa calidad y capacitación afectan a la política; y en cómo afecta la política a esa calidad de los electores, cómo se aprovecha de ella.

Algunos datos de ese estudio a españoles de hasta 65 años son esperanzadores. Cuanto más jóvenes son los examinados, por ejemplo, la brecha negativa es menor. Y España es, tras Corea, el país donde más ha evolucionado el nivel educativo de la población. Pero hay alguno extrañamente preocupante. El nivel obtenido en las pruebas por los titulados superiores españoles, por ejemplo, es equiparable al que obtienen los que terminan el bachillerato en países como Japón u Holanda. En parte la crisis y la calidad de nuestra democracia empiezan y termina por ahí.