El Ensanche de Heredia se nos va. Lloramos por él los que algún día pensamos en que esa zona de Málaga se rehabilitaría salvaguardando los edificios que la hacían llamativa. A Dios gracias que existen asociaciones como Torre Vigía que nos alertan de las astracanadas que perpetran los ocupantes de los sillones de La Casona. Pónganle las siglas que quieran y los nombres que deseen. El caso es que, mientras algunos pensamos que es su tremenda ignorancia la que se está cargando nuestro patrimonio, en realidad es nuestra impresionante dejadez la que permite que constructores -tiesos por la crisis- y políticos -ávidos siempre de poder, dinero y placas- pergeñen basuras de tamaños astronómicos, aunque para ello hayan de llevarse por delante una ciudad con historia.

Los edificios del Ensanche de Heredia son líquidos, se caen, se derrumban, gotean escombros. El último caso es el que este martes presentaba Lucas Martín en este diario, el de la calle Vendeja. Un edificio enmarcado dentro de los límites del Conjunto Histórico de Málaga, que debe ser algo así como un gran montón de mierda para aquellos a los que los malagueños han elegido para hacer el bien en su ciudad. Todo por el pueblo, pero con los constructores. Al alcalde y los concejalitos se la trae al pairo que un saco de ladrillos tenga valor histórico. Aquí solo vale el poder del dinero.

El daño está hecho, como el daño está hecho en el paredón de fusilamiento de la Coracha o la Trinidad y el Perchel. El Centro Histórico de Málaga sigue camino de convertirse en un magnífico decorado, una suerte de escenario para películas de serie B. Enroquémonos. Paremos estas barrabasadas. Pidamos vendetta. Pidámosla con V de Vendeja.