Recuerdo la impresión que me hizo hace ya muchos años la noticia de que el corresponsal de una importante revista alemana en Brasil había sido asesinado en Río de Janeiro justo un día antes del elegido para el regreso definitivo a su país. Un delincuente quiso apoderarse del reloj que llevaba en la muñeca y acabó de paso con su vida.

Es un golpe de la fatalidad como puede sucederle a uno en cualquier momento y en cualquier ciudad, grande o pequeña, del planeta.

Y, sin embargo, no he evitado pensar en aquel crimen al leer ahora una serie de entrevistas que, por estar este año dedicada al Brasil la Feria del Libro de Frankfurt, ha hecho el semanario alemán Die Zeit a varios escritores del que Stefan Zweig calificó en 1941, antes de quitarse allí la vida junto a su esposa, de «país del futuro».

Acaso el más conocido internacionalmente por su otra faceta de compositor y cantante, sea Chico Buarque, que tiene palabras muy duras para ese país que los economistas llaman «emergente» y que muchos identifican sólo con la samba, la caipiriña y «la chica de Ipanema».

«Brasil sólo conoce la competencia. Es un país de egoístas. No hay solidaridad», afirma el creador de Bye, bye, Brasil y autor de la novela Leite derramado («Leche derramada»). «Brasil es un país de violencia y lo ha sido siempre».

Y agrega: «Hay un secreto bien guardado, que se observa perfectamente en la policía: no hay racismo en el núcleo de la violencia. El negro es también víctima del negro, el mulato, del mulato. Todos luchan contra todos».

Es un amargo diagnóstico, muy alejado de todos los clisés turísticos, pero que parecen compartir también otros escritores más jóvenes de ese país de contrastes.

«No hay una policía a la que poder dirigirnos, no hay un Estado que proteja a sus ciudadanos. Estamos totalmente desprotegidos», afirma, por ejemplo, la mucho más joven narradora Andréa del Fuego, autora de Os Malachias.

Los escritores suelen ser gracias a su especial sensibilidad excelentes sismógrafos de la sociedad. Y éste parece ser el caso de algunos de los representados en Frankfurt.

Entre ellos está también Daniel Galera, autor de Barba ensopada de sangue («Barba empapada de sangre»), quien por cierto confiesa detestar el realismo mágico de la literatura latinoamericana como el que representa Gabriel García Márquez y dice querer sólo «realidad, auténtica realidad, aunque se trate de sueños».

La literatura brasileña de hoy es sobre todo una literatura urbana, y muchas urbes de lo que antes llamábamos Tercer Mundo se están convirtiendo progresivamente en espacios donde, conforme crece la brecha entre ricos y pobres, los primeros se refugian en comunidades cerradas cuya vigilancia se encarga a lucrativas compañías de seguridad.

Es un fenómeno, vinculado a la privatización creciente del espacio y los servicios públicos, que conocemos de Estados Unidos, pero que encuentra cada vez más imitadores conforme crecen la desigualdad y con ella la inseguridad en todo el mundo. Y Brasil no es por desgracia una excepción.