En infinidad de ocasiones, a lo largo de los miles de artículos deportivos, críticos y no críticos, que he escrito en mi dilatada trayectoria profesional, he recibido tirones de oreja porque no gustaron mis objeciones a un club, a un equipo e incluso a una afición. Y también me han colmado de felicitaciones en las ocasiones en que el público ha considerado que mis apreciaciones eran de su gusto. Hablo, por supuesto, de fútbol, que es, de todos los deportes, sobre el que más he escrito. En tantos años de redacciones he tenido la oportunidad de hacer crónicas, entrevistas, artículos, comentarios, todos los géneros del periodismo futbolístico -si es que podemos calificarlo así„y de viajar a estadios cercanos y lejanos para contar los partidos a los lectores.

Desde la perspectiva de tal experiencia, debo reconocer que, si bien es fácil y hasta cobarde ejercer la crítica anónima desde el sofá, cómodamente instalado, sin temor a la ira de fanáticos e incontrolados, mucho más difícil es dar la cara y afrontar los riesgos de la verdad cuando las cosas no han ido bien para el equipo de tu ciudad.

La intransigencia no habita únicamente en las multitudes de las gradas, en las que se contagia con efecto inmediato el disgusto por un pésimo resultado o por una mala actuación. Esa intransigencia, en el fondo, no es más que el justo derecho al pataleo de quien se ha gastado un puñado de euros, a veces haciendo sacrificios personales en su escuálido presupuesto, para alentar al club de su corazón y, de paso, para mejorar la recaudación, exigua también en estos tiempos de crisis. Otros aficionados menos «contribuyentes» suelen utilizar las redes sociales -que les permite impunidad y anonimato„para arremeter contra los críticos de los medios .

Mucho peor, mucho más dañina, es esa otra intransigencia de los capitostes del fútbol que no pasan ni una a los periodistas si no se trata de elogios y alabanzas. Los vemos actualmente en las malas caras de algunos dirigentes de los grandes clubs cuando sus equipos decepcionan y los críticos arrecian con sus objeciones. En la televisión, especialmente, se ven esos espectáculos lamentables.

En más de una ocasión, presidentes de clubs de mediana categoría han protagonizado verdaderos altercados con periodistas deportivos. La cuestión de fondo era siempre el poco respeto hacia la crítica de los informadores. Fui testigo a veces de algunas broncas que pudieron terminar en desastre. Aquí mismo, en Málaga, tengo recuerdos de violentas peleas mediáticas entre el club titular de la ciudad y el periódico -«Sol de España»- en el que yo ejercía funciones directivas y controlaba la sección deportiva. Aquellos enfrentamientos tenían mucho eco popular y, aunque se repartían las opiniones generales, nosotros (y debo decirlo abiertamente) ganábamos por goleada, entre otras razones porque la crítica suele ser más aplaudida que la loa y porque, además, es justo reconocer que los medios suelen emplear sus trucos para ganar audiencia o lectores. Y nosotros, para qué negarlo, fuimos en demasiadas ocasiones navegantes de la demagogia.

La critica, ya digo, es muy fácil cuando se ejerce con comodidad y excesiva alegría. Es más creíble y difícil cuando se sostiene en la ética y en el valor. Pero no olvidemos -y lo digo como periodista bastante curtido- que los medios de comunicación no dejan de ser empresas mercantiles. Y que, dando la vuelta a la famosa frase, donde hay publicidad no resplandece la verdad.