En los senos se guarece el alma femenina», dice Ramón Gómez de la Serna en el prólogo de su libro Senos, al que le he tomado prestado el título para así no verme obligado a titular «tetas», que suena un poco más a páginas centrales del Playboy, a póster de taller mecánico.

Viene todo esto a cuento porque tres mujeres mostraron sus pechos desnudos en el Congreso de los Diputados en una acción de protesta. Su desnudo era contestatario, reivindicativo, rebelde, beligerante. Las mujeres han tenido siempre que llegar a muchos extremos para lograr sus derechos y con frecuencia ha habido un largo reguero de gente escandalizada por sus acciones, sin querer aceptar que se ven obligadas continuamente a ir demasiado lejos porque es la única forma de avanzar un poco, sólo un poco.

A mí me escandalizan más los indelebles tiros de Tejero en el techo del hemiciclo o las borderías contra la oposición desde la mesa presidencial que los pechos desnudos de estas tres mujeres. A mí me escandalizan más los pasitos atrás que vamos dando en nuestros derechos civiles, en nuestras conquistas sociales, que las tres gracias con pancartas. Me escandalizan mucho más los alcaldes condenados que no dimiten, los que amenazan con volver, los que opinan que tener un puñado de votos supone carta blanca para todo o los ministros sarcásticos, deshumanizados, que se ríen de nuestra pobreza. Al fin y al cabo, lo de estas tres chicas no son más que seis tetas que se pueden mirar de muchas maneras, aunque me parece innovador que consigan transformar un icono erótico en un arma social, porque su desnudez no es sexual, es guerrillera; es provocativa, sí, pero de otro modo, de un modo que antes no se había visto.

Hay demasiada hipocresía y demasiada mojigatería en torno al pecho femenino, siempre tan deseado, siempre tan escondido. «Si no hubiera tetas yo no pintaría», dijo un rotundo Renoir en un intento de exaltación de la vida y de la belleza, quizás para contraponerse a la vieja costumbre de los poetas clásicos de llamar «la sin senos» a la muerte. Pero hay que ir dejando atrás esas viejas ideas, ese volver una y otra vez sobre lo mismo, el seno nutricio, símbolo de feminidad, pero también de sometimiento. Estas mujeres, en un movimiento internacional, imparable, están convirtiendo viejos tabúes en instrumentos de lucha, y ya da igual si se está de acuerdo o no con la reivindicación concreta que estén llevando a cabo, porque eso no importa demasiado cuando no queda más remedio que admitir que si no es de esta forma, si no es convirtiendo sus senos en un arsenal contestatario, rebelde, pacíficamente agresivo, nunca las dejarían llegar a ningún lado.