«Me quedaban dos opciones: o llevar el parche o pasarme la vida con unas gafas de sol», así de meridiana y valiente se analizaba María de Villota para Efe Estilo en julio pasado. Mujer antes que piloto, hizo del revés, reinvención y adoptó la máxima de «menos es más» en un pulso con su trágico destino. Ironías de la vida, la velocidad no fue la que, en 2012, cambió el rumbo vital de la expiloto madrileña, sino un choque contra la rampa elevadora de un camión de apoyo de su escudería.

«Con el impacto perdí todos los nervios de la parte frontal derecha y también perdí la sien muscular, entonces me quedaban dos opciones, o llevar el parche o pasarme la vida con unas gafas de sol», detallaba, al tiempo que se señalaba su «ojillo izquierdo», ese que esta mujer con mayúsculas necesitaba porque «es muy expresivo» y le servía para «comunicar».

Y por eso, por no cubrir su ojo izquierdo con una prótesis ocular, De Villota explicaba, mientras se volvía a «enfundar» el parche, que sólo era capaz de llevar gafas de sol «un ratito». «Soy yo, y no tengo nada que esconder, al revés, estoy orgullosa de lo que ha sido mi vida», confesaba.

Y precisamente sobre el vuelco que dio su destino tras el accidente, por el que sufrió graves secuelas, De Villota pensaba hablar, a corazón abierto, el próximo lunes, para recordar que «La vida es un regalo».

Y así había titulado su testimonio conmovedor, en un libro que comienza así: «Yo era piloto. Corría mucho, a gran velocidad. Tan rápido que apenas calaban en mí gotas de las miserias de la vida».

Su determinación y ejemplo de superación lo verbaliza en esta publicación con un mensaje «importante» que transmite hablando de «una línea tan delgada que no sabes en qué lado estás» pero que «regala volver a sentir cada latido como el primero y vivir más despierto, más alegre, con más sentido, más consciente».

Sirva de epílogo su propio epílogo: «Ya han pasado once meses, pero tengo la sensación de que llevo este parche en mi cara desde hace años. Rodrigo (su viudo) que ya no se imagina mi cara antes y que he perdido el pudor de sacarlo a la calle. También mi familia y amigos que, ante curiosas miradas, me sugerían con cautela que me pusiera gafas de sol, a lo que yo respondía: «No, aún tengo mucho que expresar con este otro ojo, aunque pase vergüenza»».