En un libro que nunca fue santo de mi devoción (Formulación operativa de objetivos didácticos, de R. F. Mager), y que era lectura obligada en mis años de estudiante de Pedagogía, leí una historia que hoy me va a servir de leit motiv para este comentario. Recientemente he visto una edición de aquel viejo libro y un rebrote de sus teorías en una limitada y a mi juicio equivocada concepción del concepto de competencias.

Me preocupa hoy el tema del engaño por parte de unos y de la ingenuidad, por no decir la estupidez, por parte de otros. Y le voy a pedir prestada la anécdota a mi ínclito adversario didáctico, R. F. Mager. Creo que no es cierta la conocida sentencia de Abraham Lincoln: «Se puede engañar a algunos todo el tiempo y a todos algún tiempo, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo». Pues yo creo que sí. Porque algunos se pasan de listos y otros se pasan de tontos. He aquí la historia.

Una vez, un caballito de mar reunió sus ahorros y partió a buscar fortuna. No había andado mucho cuando se encontró a una anguila que, al verle, le dijo:

¡Eh, jovencito! ¿A dónde vas?

Voy a buscar fortuna, respondió el caballo de mar.

-Has tenido suerte, dijo la anguila. Si me das cuatro monedas, te entregaré esta rauda aleta y llegarás mucho antes.

-Vaya No está mal, dijo el caballito de mar sacando las monedas. Se las dio a la anguila y se deslizó a toda velocidad.

Después encontró una esponja, que le dijo:

-Eh, oye. ¿Adónde vas?

-Voy a buscar fortuna, replicó el caballo de mar.

-Has tenido suerte, dijo la esponja. Yo te puedo vender este patín autopropulsado por poco dinero y correrás mucho más veloz.

El caballo de mar sacó de su bolsillo las monedas que le quedaban y se las entregó. Salió disparado, deslizándose por el agua como una flecha.

Poco después encontró un tiburón, que le dijo:

-Eh, oye. ¿Adónde vas?

Voy a buscar fortuna, replicó el caballito de mar.

Mira qué suerte. Si te metes por este atajo, dijo el tiburón señalando su boca abierta, ganarás mucho tiempo.

Muchas gracias, exclamó el caballo de mar, y como un rayo, se adentró en las fauces del tiburón, para ser devorado por él.

¿Cuántas veces somos engañados en la vida con sugestivas indicaciones que, pretendidamente, nos quieren salvar? ¿En cuántas ocasiones nos creemos como papanatas lo que nos dicen «para nuestro bien»? ¿Por qué aceptamos a pie juntillas que lo que nos prometen va a ser cumplido?

Hay trampas, como la que el tiburón le tiende al caballito de mar, que solo ocurren una vez si se cae en ellas. Es evidente que el tiburón acaba con la vida de su víctima. No habrá más oportunidades para quien ha sido definitivamente destruido. El tiburón se come al ingenuo caballito que entra feliz en sus fauces. Y se acabó. Por eso hay que andar con mucho tiento. Hay que sopesar qué hay detrás de las promesas, de los consejos y de las lisonjas.

Es menos explicable que se nos engañe una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez. ¿No descubrimos claramente la primera mentira? Había motivos, pues, para abrir los ojos y avivar la mente. Pues no. Algunos vuelven a ser engañados de nuevo. Recuérdese el incisivo pensamiento de Anaxágoras: «Si me engañas una vez la culpa es tuya. Si engañas dos, la culpa es mía».

Pienso, por ejemplo, en la mujer maltratada que recibe por enésima vez la promesa de que ésta sí va a ser la última. ¿No ha sido testigo ya de otras «últimas veces»? ¿No ha visto esa mujer que la han engañado repetidamente? ¿No se ha dado cuenta de que está cayendo en la misma trampa? Lean el libro Gritos silenciosos, de una mujer maltratada que cuenta su historia bajo el seudónimo de Paula Zubiaur (firma el libro bajo seudónimo) y verán cómo una víctima puede serlo de manera casi obstinada.

Pienso (es otro ejemplo) en las promesas electorales de quien asegura que no va a tocar la educación, que no va a tocar la sanidad, que jamás tocará las pensiones. Y luego, a las pocas semanas, vemos que se recortan los presupuestos de educación, de sanidad y que bajan las pensiones. ¿Qué garantías tenemos de que no volverá a pasar? ¿Por qué somos tan crédulos? ¿Por qué nos volvemos a tragar las promesas de esa misma persona, de ese mismo partido? Decía Friedrich Nietzsche: «Lo que me anonada no es que me hayas mentido, sino que en lo sucesivo no podré creerte».

Un tercer ejemplo. ¿No hemos sido engañados mil veces por la publicidad? Nos han dicho que ese producto es eterno, pero nos ha durado un mes. Nos han asegurado que esa crema nos quitará las arrugas, nos han asegurado que con ese producto nos crecerá el pelo, nos han jurado que con esa dieta adelgazaremos en un mes o que con ese libro aprenderemos idiomas en quince días. ¿Por qué nos lo creemos? ¿Por qué volvemos a caer en la ingenuidad de tirar un dinero que nos ha costado tanto esfuerzo ganar? Acaso porque somos una masa. Pío Baroja afirmaba: «A una colectividad se le engaña mejor que a una sola persona».

Pondré un cuarto ejemplo. Me sorprende sobremanera ver en la televisión, a altas horas de la noche, programas de visionarios, echadores de cartas, adivinos, videntes y demás estafadores y estafadoras. Estoy seguro de que tienen una elevada audiencia porque, de lo contrario, no existirían esos programas. Me pregunto cómo es posible que haya una sola persona que se crea todas esas majaderías.

Y hasta un quinto. ¿Cuántas veces nos han timado? Hay timos que se propagan con inusitada velocidad y que se repiten con increíble frecuencia. Acabo de escuchar en la radio el caso de una mujer que ha comprado en la calle dos i-Pad a un precio inusitadamente elevado. Ni siquiera abrió las cajas en las que venían embalados. Al llegar a casa se encontró con que, en el interior de sendas cajas, solo había una manzana.

La reacción lógica ante estos múltiples ejemplos de estupidez reiterada y flagrante es la siguiente: Te está bien empleado, por ingenuo.

Decía Paulo Freire que la educación consiste en pasar de una mentalidad ingenua a una mentalidad crítica. Yo me pregunto por las cosas que nos tragamos así, tan ricamente. Unas que nos dicen las religiones, otras los partidos políticos, otras la publicidad, otras el poder€

Tenemos que poner en tela de juicio lo que se nos dice, lo que se nos promete, lo que se nos manda. Porque quien engaña sabe, muchas veces, mucho más que sus víctimas. Sabe cómo persuadir a quien escucha. Sabe cómo dar gato por liebre.

No digo que tengamos que ser desconfiados por sistema, digo que tenemos que ser precavidos. No digo que tengamos que ver engaño en cualquier afirmación que se nos haga, digo que tenemos que analizarla sin prejuicios. No digo que consideremos un «tiburón» a todo el que se dirija a nosotros, pero debemos abandonar la ingenuidad que nos hace ver padres, amigos y protectores en todos los que nos hablen. Eso sí, no podemos ignorar que hay muchos tiburones sueltos en el mar de la vida.