Por primera vez en la historia de la humanidad, más de la mitad de su población mundial vive ya en ciudades de medio o gran tamaño. Este fenómeno, que fue muy intenso a lo largo del pasado siglo en Europa y Estados Unidos de América, se ha extendido de forma vertiginosa a los países emergentes de los restantes continentes. Un proceso en el que al crecimiento de la población en proporciones hasta ahora desconocidas se han unido grandes movimientos migratorios. De tal forma que las previsiones apuntan a que en 2030, más del 60% de la población será ya urbana, convirtiendo a las ciudades en los grandes centros de convivencia y organización económica y social del futuro. De ahí que el secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-Moon, haya augurado que el siglo XXI será «el siglo de las ciudades».

Pero estas ciudades han sufrido, durante décadas, no sólo un crecimiento muy acelerado, sino en muchos casos caótico. Con un urbanismo que ha dado lugar a centros urbanos masificados, deshumanizados y profundamente desiguales. Y todo ello en el tiempo de la globalización -del que el incremento de la población urbana es su fenómeno social más característico- y a través de espectaculares revoluciones tecnológicas que han dado paso a sociedades de servicios, post-industriales.

En este marco, el mundo se encuentra hoy ante el reto de humanizar sus ciudades, integrarlas reduciendo sus desigualdades sociales y, a su vez, fomentando nuevas actividades económicas generadoras de empleo de alta calidad. En casi todas las principales ciudades del mundo de los cinco continentes el reto dominante ha sido, y es, crear ciudades inteligentes, las denominadas smart citys o también ciudades creativas.

En España, un grupo de ciudades se han puesto ya en marcha -constituyendo hace un año la Red Española de Ciudades Inteligentes-, y otras tantas comienzan a hacerlo. Málaga, que junto a Barcelona y Santander se sitúan a la cabeza, sentó hace años el germen que ahora empieza a dar sus primeros frutos para posicionarse en este nuevo escenario con proyectos como ZEM2ALL de la mano del gobierno de Japón; del foro de influencia innovadora Málaga Valley, que cada año reúne en la ciudad a los gigantes del i+D+i y de la tecnología de la información como Geogle, Microsoft, IBM, Intel, Endesa...; el proyecto de mejoras de ahorro energético y de eficiencia en materia de iluminación, gestión del agua y comunicaciones que engloba el plan Smart City o las sinergias que emanan de un consolidado Parque Tecnológico, que en sus 21 años de vida se revela como uno de los motores más activos de la economía de Málaga aportando el 7% de su PIB.

La ciudad de Málaga, sin industria y con el sector servicios como único sostén, inició hace un lustro una apuesta decidida por sumarse a esta corriente emergente de ciudades que hacen de la innovación, de la creatividad, una forma de complementar su modelo productivo. Para ello, el alcalde de Málaga, Francisco de la Torre, hizo que la ciudad fuera una de las primeras de España que tuviera una concejalía dedicada exclusivamente a las nuevas tecnologías, trabajo que ha liderado con acierto el actual portavoz Mario Cortés, que augura un buen futuro para la ciudad ya que poco a poco el nombre de Málaga se asocia en los foros internacionales al de urbes creativas y empieza a escalar puestos en los rankings mundiales de la innovación.

Charles Landry, autor del libro La ciudad creativa, da una certera pista del camino que queda por recorrer en Málaga. «La ciudad creativa no se basa sólo en el impulso del arte, de las nuevas tecnologías o de las clases creativas. La cuestión es implicar en la transformación de la ciudad a todos sus habitantes, a las organizaciones, empresas y también a la clase política». El objetivo, por tanto, será marcar un horizonte a largo plazo, equilibrar lo nuevo con lo viejo y crear las condiciones para que las personas se conviertan en agentes del cambio. O lo que es lo mismo, que los distintos actores caminen en la misma dirección o, al menos en el mismo sentido.

Málaga apostó porque la capital crezca de forma inteligente, potenciando la economía del conocimiento. Y efectivamente, la inversión en iniciativas innovadoras no sólo es un medio de construir ciudades para el siglo XXI, sino un modo de atraer capital, que a su vez atrae al talento, lo que genera aún más innovación. Y la innovación del futuro, según los expertos, no será liderada por los Estados o naciones, sino por las ciudades.

Por último, este proceso de creciente interconexión afecta no sólo a los ciudadanos entre sí o a éstos con sus representantes locales. El fenómeno está propiciando una interconexión entre diversas ciudades de distintos continentes, mediante la creación de redes como la que ha construido Málaga con ciudades del otro lado del Mediterráneo africano.

Málaga debe seguir explorando, de la mano de los ciudadanos, las ideas que apuestan por crear potentes redes sociales innovadoras, alejadas de modelos obsoletos y fracasados basados en un red urbana que responde a los intereses de las grandes inmobiliarias y los promotores del suelo. El nuevo diálogo urbano deja de ser así una negociación entre técnicos y burócratas y pasa a transformarse en una relación de confianza entre todos los habitantes de la capital en el que mediante el uso de las nuevas tecnologías un ciudadano se convierte en un concejal más, en el que se crea una trama de complicidades, de relaciones de confianza, que fomenta la pujanza personal y profesional mediante una gestión plural, abierta y emprendedora enriquecida por la excelencia, la innovación y la transformación. Esa es la ciudad del futuro que debe de emerger mediante la creatividad sin perder la identidad. Esa es la meta del camino que Málaga inició hace cinco años.