El presidente Obama se ha visto obligado a rebajar la ambición de algunas de sus promesas y renunciar a otras. Pero su firmeza en la reforma de la sanidad pública y social de EEUU tiene trascendencia internacional y puede influir en el mantenimiento de la política social de los gobiernos del área industrial, o marcar contrario sensu el comienzo de una decadencia sin final predecible. A los europeos nos asombra, y hasta escandaliza, que uno de los grandes partidos norteamericanos condicione de manera intransigente la estabilidad financiera y la solvencia de su economía a la retirada, por Obama, de la reforma sanitaria. Es una vergüenza que un avance mucho más modesto que la realidad actual en los países desarrollados de la UE pueda ser saboteado con un chantaje que desacreditaría al país más poderoso -dicen- de la Tierra.

Es de suponer que el forcejeo acabará positivamente para el programa-estrella de Obama, cuyo doble mandato daría un balance mediocre si le fuerzan a desistir. Sobre todo es deseable, porque el fracaso de ese proyecto sería el punto de partida del conservadurismo mundial para privatizar a cara de perro todas las estructuras gratuitas, universales y de calidad que definen el estado de bienestar y han impulsado el desarrollo, como es el caso español, de una de las mejores sanidades públicas del mundo, cuyo problema cardinal no es hoy su volumen o extensión sino una gestión descuidada, irracional y despilfarradora. En definitiva, el problema general de las administraciones públicas, cuya actualización racional nunca acaba de abordarse con la energía y creatividad que sus desviaciones hacen inaplazables.

El republicanismo norteamericano es la derecha parlamentaria de una democracia imperfecta y poderosa, en cuyos planteamientos se miran muchas otras. Ahora padece el contrapeso de una ultraderecha que persigue las políticas sociales en un sistema cuya ideología capitalista ha fracasado más de una vez con irradiación planetaria. Nada más lejos del ejemplo que corresponde a un liderazgo asumido por la mayor parte de las democracias modernas. Cuando ya son tan evidentes los retrocesos de la política social en estados como el nuestro, a despecho de su propia doctrina constitucional, sería muy peligroso que Obama se diera por vencido. Bastaría eso para multiplicar las privatizaciones que convierten en negocio particular un deber asistencial nacido con la libertad. El presidente USA debe perseverar pase lo que pase, aunque provoque un nuevo tsunami en la red financiera del mundo libre.