O mucho me equivoco, o se nos viene encima otra de esas cíclicas polémicas que el fútbol promueve con avidez y le sirven para retroalimentarse. Así, el último debate abierto surgió a cuenta del juego del Barça: que si ha cambiado de estilo, que si no... que si es más directo ahora, o aún sigue manteniendo la esencia guardiolesca... Resulta curiosa esta controversia en torno a un equipo que es líder, está imbatido y ha ganado todos sus partidos. Pero la central de Debates Artificiales Mediáticos (DAM), con sede en Madrid y terminales en toda la Península, no deja de suministrar combustible y además cuenta con imitadores hasta en los más recónditos parajes (ya no quedan paraísos perdidos a salvo de la contaminación informativa).

El caso es que, una vez más, han intentado buscarle las cosquillas al Barça, pero la contundencia de sus resultados ha aguado el atisbo de polémica. Curiosamente, el At. de Madrid, que va detrás de los azulgranas, no suscita ninguna duda; bien al contrario, los elogios y admiraciones que despierta su juego recuerdan a la ternura y la simpatía que provocan los bebés en sus abuelos, con cualquier monada que hagan. La gracia se les supone de oficio. Al Atleti le ocurre lo mismo. Cae bien, seguramente por contraposición a su eterno rival y nadie cuestiona su juego. En cambio, al Barça siempre hay tiquismiquis que le buscan las dobleces. Bien porque Neymar se deja caer cuando le derriban, en lugar de aguantar impertérrito las tarascadas, o simplemente, porque el club es catalán (y lo practica).

Pero el asunto Barça, mientras no se reanude la Liga, queda momentáneamente aparcado. Ahora, el tema de debate va a ser, ya lo verán, el juego de la Roja. Hasta hace nada, el toque era una religión y la posesión del balón, dogma de fe „y como todos, perfectamente discutible„. Pero parece que se han hartado de darle vueltas al tema. Desde luego, la posesión es un medio para lograr el objetivo final del juego, que no es otro que ganar. Aunque en algunas etapas, el fin de la selección española parecía ser el toque, que no deja de tener su encanto pero, cuyo excesivo abuso como recurso, acaba aburriendo. Hasta Iker Casillas fue pillado la otra noche por las cámaras en pleno bostezo, a punto de caer en los brazos de Morfeo (o en los de la Carbonero). Lo cierto es que para jugar al estilo implantado por el Barça o por la propia selección, se requiere de unos futbolistas con excelente capacitación técnica y un nivel de calidad altísimo, y así conseguir que el balón circule con precisión suiza y a la velocidad de la luz.

En cambio, la otra noche en Mallorca, cada vez que la pelota llegaba a los pies de Michu, se producía un cortocircuito. El debutante asturiano parecía Arbeloa II, cuyas intervenciones en el juego provocan apagones. Por el contrario, las escasas apariciones de David Silva, y pese a no tener su día más inspirado, provocaban fogonazos de esplendor. En velocidad hay muy pocos futbolistas en el mundo tan buenos como el exvalencianista. Ahí reside el secreto de este equipo: en la adecuada elección de las piezas que lo componen. Un trabajo artesanal que Del Bosque ha de llevar a cabo con suma delicadeza para no romper el equilibrio interno del grupo, ni tampoco exacerbar a los tertulianos y sus ávidas fauces devoradoras de polémicas.