Veo una foto de Alice Munro en la cocina de su casa, y de repente tengo la sensación de que he visto esa cocina en alguna parte, y supongo que es así porque los relatos de Alice Munro están llenos de cocinas muy parecidas a ésa. En la foto, Alice Munro parece estar inspeccionando el mantel de la mesa, un mantel que debe de haber visto miles de veces, pero que a ella le sigue pareciendo interesante. ¿Quién habrá dejado esa arruga ahí?, parece estar preguntándose. Y entonces caigo en la cuenta de una frase de Alice Munro que leí en una entrevista: «Nada es sencillo ni simple. La complejidad de las cosas -las cosas dentro de las cosas- es infinita». Y ahí está Alice Munro, en la cocina de su casa, observando ese mantel que ha visto ya miles de veces, aunque ahora lo mire como si lo estuviera viendo por primera vez, porque nada es sencillo ni simple y la complejidad de las cosas es infinita. Incluso la imagino al día siguiente de recibir la noticia de que le habían dado el premio Nobel de Literatura, sentada en ese mismo lugar mientras suena el teléfono y llegan sus amigos a felicitarla, con la vista fija en el mantel y preguntándose de dónde ha salido esa arruga que no había visto nunca.

Casi todos los cuentos de Alice Munro están situados en la región de Ontario donde nació, en casas muy parecidas a la suya y con personajes muy parecidos a los que trató y a los que todavía trata. Como otras muchas mujeres de su generación -nació en 1931-, Alice Munro estaba condenada a vivir en una cocina y a cuidar de sus hijos, aunque su tenacidad y su paciencia le permitieron cambiar por completo de vida y dedicarse a lo que de verdad quería. De niña tuvo que cuidar a su madre enferma de Parkinson y ocuparse de la casa de sus padres, lo que explica su imperturbable familiaridad con toda clase de actividades domésticas: secar pañales, planchar, cocinar, fregar escalones, bordar, almidonar, limpiar pavos, desplumar gallinas€ Y de mayor también le tocó un destino muy parecido, porque se casó cuando sólo tenía 21 años y enseguida tuvo dos hijas a las que tuvo que criar. Pero Alice Munro se empeñó en cambiar el curso de su vida, así que empezó a escribir a diario, escondida en la cocina, y si sus hijas la descubrían, fingía que estaba escribiendo la lista de la compra. De modo que la cocina fue una cárcel, sí, pero también un misterioso lugar de liberación.

Si intento recordar las tramas de los cuentos de Alice Munro, compruebo que no hay vidas aburridas ni grises, porque de cualquier vida, por intrascendente que pueda parecer, se puede sacar un material suficiente para llenar una enciclopedia. Y eso que los cuentos de Alice Munro están llenos de tiempos muertos -igual que esa foto suya en la cocina de su casa-, porque no le interesan las historias llamativas ni aparatosas, sino las historias en que todo sucede cuando menos se lo imagina el lector. Y eso hace que Alice Munro no sea una escritora fácil, porque sus tramas tienen muchos más elementos invisibles que visibles, y porque muchas veces se centran en aspectos de la vida que pueden parecer insulsos o deprimentes. Recuerdo la historia de un padre en un hospital, o la de un grupo de trabajadores en un matadero de pavos, o la de una familia que va a cenar con unos amigos, y no consigo recordar con claridad qué pasaba en esas historias, aunque el recuerdo nítido sigue ahí. Y ése es el misterio, porque la mirada de la Munro es tan penetrante -y su capacidad de convertir un hecho intrascendente en un hecho trascendental es tan extraordinaria- que puede llegar a construir sus historias con materiales que cualquier otro escritor consideraría desdeñables o inservibles, pero que a ella le sirven para retratar eso que ella misma llamaría la infinita complejidad de las cosas.

Alice Munro no es una narradora fácil. En sus cuentos la vida está descrita de una forma que nunca resulta admirable. Y no hay nada noble ni grandioso en lo que nos cuenta, ni nada que nos haga sentir orgullosos de sus personajes. Pero eso no importa, porque Alice Munro es una escritora descomunal que consigue llegar con muy poco hasta donde casi nadie más ha conseguido llegar. Y ahora vuelvo a mirar la foto de la cocina, en ese tiempo muerto tan característico de sus relatos, justo en ese momento en que la escritora se ha quedado abstraída en la arruga de un mantel, porque en la vida nada es sencillo ni simple, y la complejidad de las cosas es infinita.