Si busca en el Diccionario de la Real Academia, no encontrará la palabra resiliente. Aunque nació hace tiempo, y los técnicos la llevan de su mano por la calle, aún no ha recibido la bendición de autoridad de los académicos de la lengua, ni el consiguiente bautismo de tinta. Pero en la próxima edición aparecerá. Creo que como una contribución, no buscada, de nuestros inmortales a la superación de la crisis.

Porque resiliente es quien, encontrándose en situación de adversidad, según dicen los psicólogos, no solo la supera, sino que sale fortalecido de ella. De forma más pedestre me definió alguien este concepto diciendo que a quien tropieza le pueden suceder dos cosas: que se caiga y se rompa la crisma o que trastabille y avance dos pasos hacia delante.

Quiero creer que, contagiados de ese mismo optimismo, y anticipándose un tanto al uso generalizado, la próxima edición del Diccionario contendrá ya la palabra proactivo. El término, utilizado mucho en el habla inglesa, se refiere a una actitud de constante iniciativa para adelantarse a los acontecimientos, en lugar de limitarse a reaccionar ante ellos; una postura previsiva y de anticipación tan actual, que ha sido incluida recientísimamente por el Príncipe de España en uno de sus discursos a jóvenes empresarios (lo de emprendedores he de admitir que no me gusta; porque no se con quién la van a emprender, cuando motivos tienen los jóvenes para liarse contra todos quienes les hemos colocado en este mundo tan cochambroso.)

Digo lo anterior por la necesidad de insuflar en el cuerpo social una dosis de optimismo con la que evitar la desesperación que, por la situación económica, está invadiendo a muchos de los españoles, especialmente a los desahuciados. Curioso término el de desahuciado, que significa perder la esperanza; y cuyo antónimo, ahuciar, significaba originariamente, según Corominas, dar confianza o crédito. Nuestra sabia lengua nos permite enlazar, también en este ámbito económico, con el término finanza, que antiguamente era la obligación que alguien asumía para responder de la deuda de otro. O sea, todo lo contrario de lo que hacen las empresas que comúnmente llamamos financieras, bancos y otras entidades crediticias. Pues no solo no responden de nuestras deudas, sino que nos quitan el crédito, con lo que perdemos no solo su confianza, sino la nuestra propia, hundiéndonos en la desesperación hasta las últimas consecuencias.

Lo cierto es que, de una u otra forma, muchos esperan ahora la intervención de los poderes públicos, fomentando las obras públicas y estimulando de rebote el consumo. No se si ello es adecuado o no. Nadie me enseñó los modelos keynesianos ni yo hice por aprenderlos. Pero lo cierto es que, si se deciden los poderes públicos a intervenir, y los capitales privados a ponerse en producción, en nuestra capital y provincia tenemos lo que yo he querido llamar «bellas durmientes».

Sí, ya sé que el cuento no es políticamente correcto, que se puede tachar de machista y no sé cuántas cosas más; aunque las niñas hoy día sigan pidiendo por su cumpleaños un traje rosa con tules almidonados, aderezado con una coronita en la cabeza para vestirse de princesitas. Pero a mí me lo enseñaron desde la óptica de la candidez, y la conseja me viene al pelo como ejemplo.

Ha habido y hay en nuestra provincia muchas obras públicas pendientes de ejecutar, que duermen plácidamente en el sueño de los justos. Unas más que otras. En la mente de todos están los Baños del Carmen, cuyo lánguido sueño, hoy abruptamente interrumpido, evocaba aun los tradicionales Juegos de invierno, concurso de hípica y bailes de salón incluidos. Como los malos olores que efluyen en la desembocadura del cauce del Guadalmedina, rambla tan diferentemente tratada y concebida de la ejemplar del Turia valenciano que solivianta las pituitarias malagueñas y la paciencia de los vecinos. Menos tiempo lleva durmiendo el Auditorio que, cuando parecía iba a conferirle a nuestra ciudad la prestancia que en el ámbito musical requiere, seguirá por ahora siendo un fantasma acunado en lecho de olas y fantasías musicales. El Hotel Miramar, luego palacio de Justicia y de nuevo proyecto de hotel, sestea indolente a la espera de mejores tiempos, mientras se sume calladamente en la indigencia de su progresiva descomposición. Podríamos seguir con la Casa del Rey Moro del Tajo de Ronda, proyecto de hotel exquisito que dormita por un quítame allá unas normas urbanísticas. O el hotel marbellí de «la Bajadilla» que pretende ser ninfa que, saliendo de la mar, porte un cuerno de la abundancia con el que llenar las paupérrimas arcas del municipio. Seguiríamos hablando del anillo ferroviario de Antequera, contestado por algunos del lugar y poco deseado por quienes deberían estarlo. El recién recuperado Campamento Benitez, el puerto de San Andrés€

Estas y otras obras más, bellas cada una a su estilo y durmientes todas, esperan la llegada de un valiente príncipe inversor que las espabile. Pero ojo. El cuento no dice que a la bella durmiente se la despierte bruscamente y zarandeándola, no. Ha de hacerse a su tiempo, sopesando con toda delicadeza el momento pertinente en que el casto beso de amor a la belleza del proyecto -hay que añadir en estos tiempos que también desinteresado- despierte con dulzura a quien lleva reposando plácidamente. Y colorín colorado.