La proposición central de toda la filosofía Louis Althusser es que la historia es un proceso sin materia ni fines, cuya cinética son las fuerzas productivas. Para este filósofo estructuralista francés, la historia no tiene sentido y propone que todos somos sujetos, y bajo esta naturaleza, marionetas de la vida, insistiendo que ésta no es movida por nadie, lo que se trasluce en su afamado pensamiento de que todos somos títeres de algo que no va a ningún lado, de algo que no tiene sentido.

Con esta sensación acibarada, una más de las muchas perfiladas por la incapacidad que cohabita en esta urbe, deambula el malagueño ante tanta desventura generada por la incoherencia y la desidia cuando cruza el ágora mayor de esta ciudad «que todo lo acoge y todo lo silencia» -como bien define el docto poeta José García Pérez- e inesperadamente ve el dintel marmóreo, con luz ya lapidaria, enmarcando las puertas añejas y cerradas de la sede de La Sociedad Económica de Amigos del País, que vertebraba un espacio donde se centró la vida cultural, política y social durante el transcurso de más de dos siglos. El malagueño, cegado por el sol de octubre, no ha reparado aún de esta fatalidad, de este lacrado de una institución que ha sido testigo noble y leal a través de sus 224 años de vida. De nuevo, la crisis; de nuevo la falta de recursos, de interactuación e interés por salvaguardar nuestra identidad, han hecho que entidades vinculadas al pálpito de esta villa se clausuren ante la indiferencia de nuestras organizaciones, políticas y económicas, con la más insensata disposición.

Oscar Wilde, en su cumpleaños, nos anima a la reflexión: «Las desgracias que podemos soportar vienen del exterior: son accidentes. Pero sufrir por nuestras propias faltas€ ¡Ah!, ahí está el tormento de la vida». Seguimos siendo marionetas sin titiriteros.