A 600 kilómetros sobre la Tierra la vista es impresionante. El silencio, absoluto. El sonido no se propaga. Las ondas necesitan un medio, líquido, sólido o gaseoso, para propagarse. En el vacío no se oye nada. El astronómico espacio es espacio vacío entre masa y masa. Y la gravedad es cero.

Por eso, ahí arriba, si te sueltas, vagas flotando sin más. Es obvio que no se puede respirar. Los astronautas lo hacen inhalando el oxígeno de los depósitos de su traje presurizado. Basta un poro en el traje, por muy pequeño que sea, para que te conviertas en poco más que nada, una cáscara que flota, basura espacial. A la protagonista de la película de Alfonso Cuarón, Gravity, le pasa algo así. El personaje que encarna una estupenda Sandra Bullock se suelta y, aterrada, flota a la deriva por el espacio. Sin embargo, viéndola soltarse de la nave que la conecta al mundo, he sentido la tentación de soltarme también. Estas líneas las escribo suelto de la actualidad y de su pesada y frustrante carga. Escribo sin el lastre de mentiras que ponen en evidencia las hemerotecas, pero que no siempre salen a la luz por quienes financian que sigan oscurecidas. Lo hago sin la gravedad de corrupciones acumuladas y denunciadas que no pocas veces terminan por aumentar el ruido sin mayores consecuencias; sin el agravio de poderosos desacreditados que siguen siendo poderosos en su descrédito, de ciudadanos que no ejercen su ciudadanía, incluso de padres que no ejercen de padres y de hijos que no se comportan como hijos.

La existencia, aún en contra de lo que sentían los personajes de la más conocida novela de Kundera también llevada al cine, La insoportable levedad del ser, pesa. La existencia es gravedad toda, a pesar de que termine y ante la muerte algunos la consideren un trámite, una fugacidad que respira. La vida no es una levedad.

Apenas dos personajes, casi sólo uno en realidad, sostienen Gravity, la película entera. Y la imagen de la Tierra irrumpiendo en la negrura espacial como una gigantesca lámpara de planetario, 600 kilómetros más abajo, parece estar al alcance de la mano enfundada de un astronauta que flote sobre ella. Hoy enfrentas el artículo como si fueras ese astronauta, miras la impresionante vista del periódico como si observaras la Tierra a 600 kilómetros sobre ella, con sus secciones, sus surcos de tinta, sus faldones maquetados y sus banners en su edición digital, sus titulares como cordilleras y sus textos derramados como cascadas de letras o como playas o como selvas o como ciudades o, incluso, como desiertos de palabras.

Hay días en que necesitas soltarte, gravedad cero. Flotar por encima de todo aún a riesgo de convertirte en nada. Demasiado se repite demasiado. Cansa. Otra vez defender la justicia de la política indefendible y, en ocasiones, de la propia Justicia. Otra vez, y otra€ Perdido en el espacio en el que ya no queda espacio, formas parte del ruido cotidiano.