Tras haber conquistado los títulos más gloriosos de nuestra historia, la selección nacional de fútbol logró ser el equipo de todos los españoles. Bueno, quiero decir de todos los españoles aficionados al fútbol, porque es sabido que, aunque parezca raro, sigue habiendo millones de compatriotas que no participan de los sabores de este deporte. Sin embargo, ellos también se han beneficiado de los efectos positivos colaterales de los triunfos de La Roja.

Hoy estamos un poco más contentos porque hemos logrado clasificarnos para disputar en Brasil, el próximo julio, el Campeonato del Mundo que -estoy convencido- vamos a ganar por segunda vez.

Hemos ganado los trofeos más importantes y nos han puesto una estrellita en la camiseta y nos han colocado entre las ocho únicas selecciones del mundo que ganaron la Copa del Mundo. Me vais a permitir el empleo del plural mayestático, porque en las victorias todos estamos en primera fila, al contrario de cuando perdemos, momento en el que nos volatilizamos. Estos méritos alcanzan a todo el país, tan desacreditado fuera de nuestras fronteras, tan humillado por los mediocres dirigentes europeos. Nos pueden considerar en el mundo un equipo de tercera en el plano de la economía, en el oscuro mundo de los mercados, en la cantidad de millones de parados, cifra que no deja de subir -pese a las mentiras patológicas del gobierno-, pero nadie puede negar que en el fútbol -y en otros deportes individuales- somos los mejores del mundo. Es nuestro único consuelo, quizá pobre consuelo, pero nos eleva el espíritu.

Nuestros jugadores son los más admirados. Supongo que esta gloria se produce porque nuestros muchachos tienen clase y tienen sangre en las venas, y porque hay un gran seleccionador, no porque este nefasto gobierno intervenga. Si interviniera, nos quedaríamos sin el único estímulo, sin la única alegría que nos permite alborozarnos y ser felices cada vez que La Roja salta a los estadios del mundo.

Reconozcamos que se ha dado una bendita coincidencia histórica de varias generaciones consecutivas de grandísimos jugadores. Igual ha ocurrido en otras disciplinas deportivas, como el tenis, el baloncesto, la Fórmula Uno, el ciclismo, el motociclismo, etc. que nos han situado en todo lo alto del ránking mundial del deporte. Pasará mucho tiempo antes de que coincidan en una misma alineación Xavi e Iniesta, Casillas y Ramos, y que tengamos un número uno como Rafa Nadal y unos ases como Fernando Alonso, Pau Gasol y varios más a los que también debería citar por sus méritos.

Esta reflexión es sólo para expresar mi reconocimiento personal, y supongo que el de la mayoría de mis lectores, hacia un grupo humano que es consciente de lo que representan para los aficionados y para toda la ciudadanía. La economía nos va fatal. El paro es el nuevo jinete del Apocalipsis de nuestro abnegado pueblo al que, además, los políticos culpan de una desgracia que provocaron ellos.

La vida de cada día nos da pocos motivos para elevar el ánimo y confiar en el futuro. Solo el deporte, nuestros grandes deportistas, nos proporcionan momentos de felicidad, tan necesarios para aspirar un poco de oxígeno y seguir caminando menos tristes.