Resulta sintomático del modo de hacer política de la canciller Angela Merkel y del tipo de componendas entre gobiernos que son por desgracia moneda corriente en Bruselas lo que cuenta en su último número el semanario Der Spiegel.

Mientras la Agencia Europea del Medio Ambiente alerta sobre los altos niveles de contaminación atmosférica a que estamos sometidos sobre todo quienes vivimos en zonas urbanas, la dirigente cristianodemócrata, presionada por su industria automovilística, boicotea los tímidos intentos por mejorar la situación mediante arreglos con sus amigos del otro lado del canal de la Mancha.

Según el semanario germano, Merkel ha procedido a un intercambio de cromos con el primer ministro británico, David Cameron, por el cual éste ayudó a Alemania a eliminar del orden del día de una reunión de negociadores en Bruselas una votación sobre un compromiso trabajosamente alcanzado en torno a los topes de emisiones de CO2 que se permitirán a los automóviles de nueva fabricación.

A cambio, el Gobierno de Berlín se comprometió a apoyar al británico en lo relativo a la proyectada Unión Bancaria, que los británicos consideran un ataque a la plaza financiera de la City de Londres.

Los fabricantes de automóviles germanos ven una amenaza para los motores de sus vehículos de alta gama los topes de CO2 previstos ya que sus modelos son por término más contaminantes que los más pequeños que fabrican franceses o italianos.

De ahí que los primeros presionasen a su Gobierno para que convenciera a sus socios de que aceptaran compensar las emisiones de los automóviles más potentes con los de motor eléctrico de la misma marca: es decir que se tuviese en cuenta la menor capacidad contaminante de estos últimos para equilibrar el total de emisiones autorizadas a cada fabricante.

La diplomacia germana se puso inmediatamente manos a la obra e hizo uso de su influencia sobre los países más pequeños donde los grandes fabricantes alemanes tienen instaladas plantas de producción: países como Eslovaquia, Portugal o Hungría.

Al mismo tiempo, los productores franceses, que hasta el año pasado apoyaban la aplicación de topes más estrictos, parecen ahora preocupados por el impacto de la crisis económica en sus ventas y han cambiado de opinión para sumarse a la petición alemana de que se aplace o suavice la introducción del límite máximo de 95 gramos de emisiones de CO2 por kilómetro fijada en principio como objetivo para 2020.

Ahora sólo cabe confiar en que el Parlamento europeo, cuyo comité del Medio Ambiente no parece demasiado satisfecho con esas maniobras, plante cara a los Gobiernos.

Un Parlamento que, dicho sea de paso, no ha estado a la altura de las circunstancias al suavizar bajo presión de los lobbies la legislación europea contra el tabaco.