Un exdiputado al Congreso me transmite la siguiente reflexión: «Poco pueden pensar los del 15-M que lo que pedían es lo que da alas al Tea Party». Se refiere a la crítica de los acampados contra el vigente sistema electoral español, que veían lejano y partitocrático. El Tea Party, en efecto, ha prosperado en un entorno donde los congresistas responden más ante sus electores que ante sus partidos, gracias al sistema de primarias y a los distritos uninominales. Añade el exdiputado: «Los del Tea Party son consecuentes. Se comprometieron con sus electores a hacer lo que fuera para detener la reforma sanitaria de Obama, y lo están llevando al extremo». Mi interlocutor siempre ha considerado que las listas cerradas y bloqueadas eran un gran invento para dar estabilidad a las instituciones, y utiliza el momento americano para reforzar su posición. Estos días no es el único que hace lo mismo.

El 15-M dijo muchas cosas, a veces contradictorias entre ellas. Es cierto que demandaba mecanismos para acercar representados y representantes. Pero también mayor proporcionalidad en el sistema, para que los partidos menores no quedaran subrepresentados. Y lo cierto es que Estados Unidos y Gran Bretaña, paradigmas del diputado cercano, son letales para las terceras y cuartas fuerzas. En el caso americano, ello se compensa con el sistema de primarias, que da un marco al pluralismo de tendencias dentro de cada partido. En un esquema a la europea, el Tea Party tal vez sería un partido por sí mismo; en su país es una alternativa que da la batalla en las primarias republicanas y se impone en un cierto número de distritos, guste o no a una dirección federal que tiene un peso relativo.

La elección separada del presidente y de los congresistas, y la fuerza de los segundos sobre sus partidos, dan pie a situaciones como la vivida las últimas semanas, y que no son nuevas, pues ya ha habido otros cierres temporales de la administración y bloqueos del techo de deuda solucionados en el último minuto -y puede haberlos de nuevo dentro de pocos meses. Cuando tales bloqueos se producen, el mundo retiene el aliento por el temor a los efectos desastrosos de una suspensión de pagos en Washington. Cuando por fin se levanta el bloqueo, el mundo menea la cabeza al percatarse que la deuda alcanza un nuevo récord. Pero si un día el presidente y el Congreso se pusieran de acuerdo para detener la espiral de endeudamiento con un fuerte programa de austeridad, el mundo temblaría ante la ralentización de la gran locomotora económica. Y si no lo hacen, a la larga deberán solucionar el problema con una oportuna devaluación que perjudicará a los tenedores de su deuda y a sus proveedores de importaciones -Europa, por ejemplo-. Parece que el asunto es más complicado que saber quién manda.

Por otra parte, el bloqueo de Washington es solo un ejemplo de la dificultad para generar mayorías indiscutibles que comparte un gran número de países del primer mundo afectados por la crisis, y que revienta las prevenciones de los sistemas electorales. Incluso en Gran Bretaña, Cameron ha debido pactar con el tercer grupo. Las encuestas dibujan para España un futuro que exigiría encaje de bolillos para formar un gobierno estable. La tentación más obvia es reformar los sistemas electorales e incluso las constituciones para garantizar un poder duradero e irrebatible al vencedor en las urnas. Pero la reforma la deben hacer los actuales parlamentos, es decir, los actuales partidos, que no van a perder de vista sus intereses. Por esto Italia acumula una cifra récord de reformas electorales y no consigue salir del atolladero.

Tal vez sean más importantes las actitudes y la cultura política que las normativas. Alemania tiene un sistema a la vez uninominal y proporcional. Sus electores conocen al diputado de su distrito, y a la vez la composición del Bundestag responde a los porcentajes de cada fuerza -excepto las que no superan el umbral del 5%-. Las mayorías absolutas son raras, pero ello nunca ha sido obstáculo para la estabilidad de los gobiernos tras los pactos correspondientes, surgidos de negociaciones que no son noticia en el resto del mundo porque se llevan con metódica y civilizada normalidad.