Hace algo más de un año, en verano de 2012, en esta misma columna conté el caso de dos jóvenes que tuvieron que irse de España, ingeniero y arquitecto. Consideraron que aquí no había futuro para ellos y pensaron que dejar su casa, su hogar y su país era lo mejor que podían hacer para ganarse un futuro. La cosa no ha mejorado.

«Será una generación mejor preparada», «No es mala la movilidad laboral», «Está bien que se vayan los jóvenes así volverán y traerán progreso». ¿Progreso? Pisco de Perú y Salmón de Noruega es lo que van a traer cuando vengan de visita.

Semejantes comentarios los hacen quienes han provocado esta situación, al menos por omisión: los políticos. Es paradójico que ineptos aduladores sean los que deciden sobre el futuro de gente preparada que, tras trabajar para empresas (no sólo para el partido) y en vista de la situación, se han tenido que ir al extranjero. Los buenos se van y nos quedamos con los peores en sus cargos puestos a dedo por el partido.

Lo peor, y por eso digo que la cosa no ha mejorado, es que da la sensación de que el próximo en estar fuera podemos ser cualquiera de nosotros y también, y esto es lo más grave, es que el único motivo por el que la gente quiere volver es por la familia. Son muchos los que consideran que en Alemania, Noruega o Nueva York, las cosas se hacen mejor, con más sentido común y de una forma más justa.

Si esto fuera un cuento diría que nos estamos cargando la gallina de los huevos de oro, pero como no lo es creo que nos estamos cargando una ciudad, un país y una manera de vivir.