Nueva York es euforizante de una manera a la que no te acostumbras ni siendo Emilio Botín. El presidente del Banco Santander declaró ante la prensa salmón de Wall Street que es un momento fantástico para España porque «llega dinero de todas partes». Después de seis años de mirar al cielo con la palma de la mano extendida y hacia arriba para corroborar la sequía o para pedir limosna, si se cree a Botín hay que convenir que llega dinero por todas partes pero no a todas partes y, de un brochazo, que llega dinero a España pero no a los españoles.

Ahora estamos baratos, somos el outlet de la España del ladrillo y se han lanzado a comprar los que tienen dinero, provocando esa orgía de trapos que queda en los expositores. Sin ir más lejos, Botín es ahora el dueño de la tarjeta de El Corte Inglés que llevamos en el bolsillo los que conservamos nómina.

La diferencia entre España y los españoles se nota cada vez más. A España le llueven millones por el lado de Botín y se anuncia en Bruselas que para los próximos dos años el ajuste local y autonómico será de unos 8.000 millones que saldrán de recortar 4.000 millones en prestaciones públicas y recaudar 4.000 millones más en impuestos. Bruselas está encantada con cómo le está yendo a España pero los españoles van a pagar mucho más por recibir mucho menos. Lo dicen ellos. Si lo dijera yo, sería demagogia.

Los millones que llueven sobre España no crean puestos de trabajo. Según las tendencias, seguirán destruyéndolos. Los millones caen porque sobran pero nunca llueve a beneficio de todos. No se filtrarán en créditos para emprendedores o para consumidores. Pero se seguirán dando por buenas las enseñanzas del catecismo abreviado: hay que dejar que los ricos conserven su dinero porque saben mejor qué hacer con él que los estados con sus impuestos y así el dinero vuelve a la sociedad a través del mercado.