Isabel Preysler exteriorizó hace años su malestar, al asistir a una fiesta donde el tarjetón con su nombre no adjuntaba su ambigua ocupación, a diferencia de las profesiones y cargos detallados en el caso de los restantes invitados. Por aquellas fechas no se había popularizado el término socialite, que encaja a la filipina y que se traduciría al castellano por Experta en Socialización de Altos Vuelos.

Preysler se felicitaría hoy de su indefinición laboral, un signo de distinción en una época donde las conversaciones de tanteo se inician con la disyuntiva «¿estudias o no trabajas?» A menos oficio, más beneficio y, sin oficio, la riqueza está garantizada. Cuando se dice de una persona que «nadie sabe exactamente a qué se dedica», ha escalado la cumbre de la consideración social.

Los personajes de dedicación ignota equivalen a los aventureros contemporáneos. Su leyenda se agranda y emiten las feromonas irresistibles para atraer a los mamíferos del sexo equivocado. Dedicaciones como carpintero o periodista comparten el descrédito de todos los oficios miserables que pueden resumirse en una palabra. Si es simple, no es importante.

Se premia hoy el aura misteriosa, los periodistas antes descalificados se adjuntan el calificativo de «escritor», que inevitablemente degrada su cometido con más fuerza que otra muletilla ubicua de la misma especie. Pepe Pérez, fontanero y comunicador. Nadie sabe lo que hace, la eliminación acelerada de puestos de trabajo comienza por la delicuescencia a la hora de nombrarlos.

En el aspecto pragmático, el lector avisado debe enriquecer a toda prisa su denominación. Las titulaciones en boga juguetean con un manojo de términos intercambiables, como «sistemas», «estrategias» y «proyectos». Por no hablar del magistral fetiche de los «servicios integrados», que sirve simultáneamente para la organización de bodas y para la eliminación física de competidores.

«Soy bombero» es un manifiesto heroico. No sólo por los riesgos que entraña la profesión, sino por su simplicidad ofensiva en la jungla laboral. Al recibir este pronunciamiento, el interlocutor lanzará una mirada conmiserativa por encima de los hombros del apagafuegos, tratando de localizar a una persona con mayor densidad en la descripción de sus funciones. Los triunfadores contemporáneos jamás detallan su dedicación, se limitan a envolverla bajo el manto de un circuito barroco, a falta de saber adónde se encamina un mundo de Expertos en Experiencias Experimentales.