El PP definitivamente ha perdido el norte con el asunto Bárcenas. Su estrategia, entre la contención y el mero estar sin estar del todo, parece haber sido diseñada por un niño de 4 años de los que, como Prometeo, juegan con fuego y acaban por mearse en la cama; con todos mis respetos, dicho sea de paso, para los niños, a los que últimamente, y no hay nada más que acudir al celo ministerial de los desahucios y las tendencias psicópatas de Francia, se les trata como a adultos en alta mar durante el tiempo de los cañones y la guerra de corsarios. Pero no nos despistemos con el jardín de juegos de Europa y su enésima patraña -lo de la niña Leonarda merecería una sanción muchísimo más gruesa que la que se les impone a los países que no cumplen con los estándares económicos-. De todas partes se escurre el Gobierno con su supercontable, incluido los textos que se escriben con el propósito de refrendar lo que ellos mismos ya se encargan de hacer cada día, esto es, poner sus vergüenzas corajudamente al aire. La última en hacerlo es la que lo ha hecho desde que estalló la crisis: María Dolores de Cospedal, sin duda la mejor representante de ese guión de mutismo salpicado de los simpáticos empellones a los que se animan, parece que espontáneamente, los que se sienten más gallardos. Con la ministra, el escándalo de los sobresueldos ha funcionado como el Facebook con los famosos: una especie de claraboya, de gran lente puesta por encima de la piel que permite observar de cerca las patas de gallo. O lo que sea el equivalente de éstas a nivel intelectual y político . Cospedal, que ya sorprendió al mundo con su locuacidad a propósito de los pagos en diferido de Bárcenas, ha vuelto a pecar de temeraria. En lugar de permanecer callada, como hace su presidente, ha optado por no decir ni pío pero delante de las cámaras en un espectáculo retórico que no se veía en democracia desde la época del plasma; la secretaria general del PP escuchando por videoconferencia las acusaciones de Bárcenas como si se estuvieran hablando desde el ojo patio y entre tendales, con una expresión desafiante similar a la que enfunda a los que mienten mucho o fingen sentirse tan sumamente por encima del interlocutor que ni siquiera se toman la molestia de replicarle. El Gobierno se ha intentado afanar para evitar que la celada de su otrora hombre fuerte arrancara alguna cabeza, pero ya se ha cobrado simbólicamente varias: Cospedal, que se presumía una Condoleezza a la manchega, naufraga. Y de qué manera. Aunque qué más da. Esto es España y la política de España: seguirá teniendo miles de ventajas y oportunidades.