Sí, ¿es periodismo eso que vemos a veces en los quioscos, que escuchamos en tertulias radiofónicas o programas de debate en la TV? ¿Es periodismo o es intoxicación?

Lo hemos visto estos días con motivo del fallo del Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo que declaró contraria a derecho la aplicación con carácter retroactivo de la llamada doctrina Parot, con la que el Gobierno trató de evitar, aunque a posteriori, que terroristas convictos de múltiples asesinatos se beneficiaran de las redenciones previstas en el código vigente cuando cometieron sus crímenes y pudieran así salir antes de cumplir el máximo de sus condenas.

Con independencia de la inhumanidad mostrada en su día por los terroristas y la absoluta atrocidad e inutilidad de sus crímenes y al margen también de lo absurdo que pueda parecernos el hecho de que pague lo mismo el culpable de uno que de veinte asesinatos, el principio de la irretroactividad de la ley está bien claro. Y un principio fundamental es el que expresa la frase latina nulla poena sine lege. Al menos en un Estado de derecho como aquél en el que pretendemos estar.

Pues bien, muchos periódicos conservadores han llenado sus páginas de comentarios las más de las veces insultantes no sólo para los jueces internacionales que publicaron la sentencia sino para el anterior jefe del Gobierno, atribuyéndole una conspiración consistente en introducir en Estrasburgo a un juez de su misma ideología para que convenciese al resto de sus compañeros de distintos países de forma que entre todos «tumbasen» la polémica doctrina. Como si así pudieran hacerse las cosas más allá de los Pirineos. O, dicho con un refrán castizo, «piensa el ladrón que todos son de su condición».

En cualquier país serio, la prensa, al menos si hablamos de la no sensacionalista, tiene buen cuidado de practicar lo que se ha enseñado siempre en las facultades de periodismo, es decir de separar opinión e información, algo a veces muy difícil, pero que el profesional tiene que esforzarse en alcanzar. Y aunque se trate de un diario conservador y el Gobierno sea de la misma ideología, no tiene empacho el primero en criticarle si considera que se ha equivocado.

Sin embargo, aquí no. Aquí, por un lado se tergiversa y manipula la verdad para hacerla coincidir con lo que quiere el Gobierno afín. Y, lo que es más grave, la opinión lo inunda y contamina todo, desde los titulares hasta los pies de foto.

Y no es una opinión sosegada, independiente, fruto de la reflexión, sino que se trata las más de las veces de más de las veces delirante, disparatada, sin el más mínimo apoyo en la realidad, simples exabruptos que sólo buscan, a lo que parece, echar más leña al fuego, como si los ánimos no estuviesen ya suficientemente caldeados en este país y eso fuera lo que más necesitan en este momento los ciudadanos.

Otro tanto está ocurriendo en los medios audiovisuales, donde siempre los mismos tertulianos se dedican diariamente a una especie de guerracivilismo verbal, sin dejar hablar al contrario, intercambiando insultos a voces, despotricando contra unos y otros y sustituyendo sus razones por injurias e improperios. ¡Qué excelente ejemplo están dando al país y a los estudiantes de periodismo!

Se trata estos días de la doctrina Parot, pero puede ser cualquier otro tema polémico, como las ansias secesionistas de un sector de Cataluña, de la corrupción de los ERE en Andalucía, que algunos periódicos utilizan, no para denunciar a los auténticos responsables, que los hay -y han causado un daño irreparable a la izquierda-, sino para cargar indiscriminadamente contra unos sindicatos que, pese a su creciente debilidad y con todos sus defectos, que los tienen, siguen molestando a los propagandistas del despido libre y cada vez más barato.

Y a todo esto, el presidente del Gobierno sigue sin liderar, sin explicarse, como haría cualquier gobernante británico, alemán o norteamericano, esperando a que algún día por fin escampe.

«Está lloviendo mucho», dijo Rajoy el otro día, cuando los periodistas le pidieron que valorara el fallo de los jueces del Tribunal de Estrasburgo. Siempre con el mismo socarrón desprecio.