En la antigua Persia, cuando un rey sustituía a otro, sus súbditos se postraban de hinojos ante él repitiendo el llamado «Manifiesto de los persas», que acababa con una frase memorable entonada al unísono por todos ellos ante la mirada complaciente del nuevo monarca: «Aquí nos tienes señor, lejos de nosotros la funesta manía de pensar». Y claro, el futuro sátrapa de turno, viendo a los más notables de su reino arrodillados a sus pies y diciendo tamaña ignominia para complacerle mostrando su fidelidad más humillante, crecía dos palmos tanto física como anímicamente y a partir de ahí reinaba sin freno ni tasa haciendo a menudo su voluntad más dictatorial por las buenas, las malas, o peores, sin reparar en nada.

Hoy en día tenemos a algunos de ellos muy relevantes en nuestro deporte, y el fútbol no iba a ser una excepción, tanto en clubes como en federaciones. Y de monetaria manera estarían justificados quienes se juegan sus cuartos en lo que presiden. Pero los que no han puesto nunca un duro, o pocos, ni piensan poner, sino que muy al contrario aprovechan su cargo para vivir como reyes persas porque de un modo natural, con lo que le da su mata, serían incapaces de hacerlo, producen vergüenza ajena no sólo por ellos, que también y mucha sobre todo cuando se les conoce su «pelagatería» anterior, sino principalmente por los presididos. Y en ese papel vergonzante entran tanto las propias entidades representadas por tales paniaguados, como los clubes y aficionados a los que rigen y pastorean. Yo conozco a unos cuantos y supongo que ustedes también. Pero vayamos al ejemplo de uno que preside uno de los clubes más insignes de nuestro deporte por excelencia.

El Sr. Florentino Pérez decidió a mediados de los noventa del siglo pasado salir de su más frustrante anonimato por sus querencias populistas y empresariales, presentando su candidatura a presidir el Real Madrid. Se llevó un revolcón en su primer intento, 1995, porque le madrugaron los votos por correo -él dixit- los chicos de Mendoza con Lorenzo Sanz a la cabeza. En su segundo, allá por el 2000, se aplicó el cuento devolviéndoles con creces la jugada ganando unas votaciones en las que el antiguo maniobrero «mendocino» y presidente sucesor Sanz, se durmió en los laureles de las 7ª y 8ª Copas de Europa ganadas en el 98 en Amsterdam, ante la Juventus de Zidane, y en el propio año electoral en París, en el 2000, ante el Valencia de Héctor Cúper; aparte de la Liga intermedia.

A partir de ese momento inició una gestión que pretendía personalista pero que partió de la sabia premisa de mantener el bloque anterior, con Del Bosque al frente y la guinda del fichaje electoralista de Luis Figo, birlado al Barça del empequeñecido Joan Gaspart, y algunos retoques de menor cuantía. Y tuvo un éxito inicial importante ganando la Liga, la Champions y la Liga de nuevo, en el inicio de la etapa galáctica, incorporando a Zidane y Ronaldo como estrellas mediáticas y futboleras.

Una vez el choto en la cuadra, ganándose el favor del respetable de un modo multitudinario con los aficionados blancos postrados en plan persa y Valdano de maestro de ceremonias, pensó que había llegado el momento de ejercer como tal rey déspota, y empezó a cavar su primer gran fracaso. Prescindió del entrenador heredado y de un baluarte como Hierro, fichando supuestos galácticos más vendedores de camisetas que otra cosa: Beckham fue el caso más flagrante. A partir de ahí no ganó nada. Luego, en el 2006, tuvo que coger el taurino olivo porque había convertido el club blanco en algo ingobernable.

Sus demás mediocridades son historia reciente, y ahora se encamina hacia su segunda y definitiva «culá». Pero, eso sí, una mayoría de aficionados madridistas siguen postrados a sus pies en plan de irreflexivos súbditos persas, por los continuos señuelos que cada año les lanza.