Ayer, mientras paseábamos por el Paseo Marítimo, mi amiga Vito -no podía ser otra- suspiró profundamente. La miré de arriba a abajo y le dije: «O tienes mal de amores o no tienes ni un maldito euro que malgastar». Tardó en contestarme, pero, como la conozco desde que teníamos dos años, esperé pacientemente cinco segundos, después, me detuve y le dije muy disgustada: «Oye, que lo que te pasa lo sé -mentira- pero quiero que seas tú la que me lo confirmes». Me miró sorprendida y empezó a llorar. Me sentí fatal, la abracé y le dije: «Vamos Vitoria, que no hay ni un viejo que merezca una lágrima nuestra». «Ojalá hubiera sido viejo, amiga, lloro por Dieguito, el hijo de Marina...» «¡Pero si es moña desde chiquitito!», «No te lo creas, esa es una pose para sacarle dinero a las mujeres» «¡La Madre de Dios, que mala está siendo la crisis, lo que inventan las criaturas para poder comer!» «No, amiga, este ya era sinvergüenza antes, las tontas somos las que le damos lo que tenemos por una sonrisa suya». «Sí, claro, por una sonrisa y algo más, pedazo de pendón verbenero». Y siguió llorando toda la tarde. Si lo pensamos detenidamente enseguida comprendemos por qué nuestro ministro de Hacienda -que el Señor lo perdone- se ríe de la mañana a la noche. Hay muchos Dieguitos en nuestra piel de toro, dejando a un lado la sexualidad, que ni me importa ni me preocupa.

Retornamos -una vez más- al problema de Astilleros Nereo. Este vuelve según haga frío o calor. Todos los políticos prometen solucionarlo antes de las elecciones y, pasadas éstas, ninguno se mancha las manos. Con esa actitud, Málaga «no se progresará adecuadamente» ¡Seamos serios, señores, que vivimos del turismo! y si alguien piensa lo contrario que coja su carpeta y se vaya a su casa, que les juro no será ni pequeña ni pobre.